Hace poco pensé en hacer un video que se llamara 40 canciones y 40 películas que recomiendo antes de cumplir 40 años. Luego lo pensé mejor y me pregunté: ¿a quién carajo le importa eso? Seguramente a muy pocos. Después pensé: ¿y yo qué gano con eso? Pues nada. No sé por qué me preocupo.
Caer en este reto de “producir contenido” como si fuera un deber, muchas veces sin objetivo claro, nos está distrayendo. En mi caso, no solo al crear, sino también al consumir. Y consumir. Y seguir consumiendo.
Estoy tan disperso que hasta olvidé por qué comencé esta entrada.
Ah, ya recordé: voy a cumplir 40 años este 26 de septiembre.
Hace poco, mientras cenábamos en un restaurante hermoso en Santa Marta, Angie me dijo que me notaba afanado.
—Estás más conservador y preocupado que nunca —aseveró con ese tono costeño, fuerte, guajiro, ese que me encanta.
Me dijo que parecía preso de una cárcel invisible.
—No logro identificar de dónde viene —dijo.
—Viene de mí —le respondí, mientras me comía una papa a la francesa.
Angie tiene autoridad para lanzar frases. Me conoce como pocos. Ha compartido conmigo tantas horas dulces y amargas en estos últimos doce años.
Y claro que me quedé pensando en eso.
Y sí: ya logré identificar mi afán.
Voy a cumplir 40 años.
Pero ¿por qué tanta escama? Muchos ya los cumplieron, otros los van a cumplir. No hay nada especial en eso. ¡Basta ya, por favor!, me gustaría decirme. Y creérmelo. Pero la verdad es que me ha costado.
Estoy en un momento de mi vida en el que pienso más de lo que vivo. Trabajo para intentar perdonarme por los errores que he cometido.
A veces pienso que sería mejor hacer un video con las 40 cagadas de mi vida y mi extra.
Y mientras intento corregirlas… las vuelvo a cagar.
Me hubiera gustado reaccionar mejor.
No haber bebido esa noche. O no haber bebido más esa noche, cuando estaba vulnerable o molesto.
No haberme molestado, para no transitar tristezas.
No haberme entristecido por cosas irrelevantes.
No haber minimizado lo que debí valorar.
Me hubiera gustado tener más capacidad para decir que no, y más valentía para decir que sí.
Haber entendido el sentido de pertenencia, para saber cuándo callar, cuándo irme, cuándo quedarme.
La vida, cuando uno la mira con lupa, es un enredo monumental.
El otro día, mientras nos tomábamos tres medias de Guaro con Vanessa (sí, tres medias, porque siempre uno tiene esos amigos con los que sale a tomar y sabe que se va a poner hasta la madre, pero le da por pedir solo media porque “es algo suave” —esos amigos no son costo eficientes), comenzamos a tener una charla de esas que tienen los que se acercan a los 40: profundas, repasadas, en busca de respuestas.
Me sorprendió lo mucho que pudimos hablar sin que nos cansáramos el uno del otro. Uno sabe que quiere mucho a alguien cuando puede hablar con esa persona sin parar y, además, le aguanta los ronquidos. Pasó ambas.
Y lo cierto es que esa charla me dejó pensando en esto mismo: que la vida, en serio, no tiene instrucciones.
No hay camino exacto. Ni escrito. Ni certeza.
Y mientras tanto, allá afuera hay una cantidad absurda de personas intentando explicarlo todo desde todos los frentes:
Desde los signos zodiacales.
Desde la posición de los planetas.
Desde los números, los nombres, los colores.
Desde el tipo de perro que tienes.
Hay una sobresaturación de información sobre qué es la vida, y todas las versiones se contradicen.
Tantas voces, tantos ecos, tantas verdades inciertas.
Todo eso me retumba, me martilla, me satura…
Tanto como los que ya no saben más cómo llamar la atención en LinkedIn.
Así como también te digo que el huevo…
Unos dicen que es malo. Otros, que es buenísimo.
Unos afirman que el chicharrón es tóxico. Otros que es lo mejor que puedes comer.
Unos juran que la mejor dieta es la mediterránea. Otros, la keto.
También están los estoicos.
Los que dicen que si no tienes hijos es porque estás en tu última vida y vas a trascender.
Los que aseguran que si sueñas con tu ex es porque ella no te ha podido olvidar.
Los que dicen que tienes que sanar hasta la raja del culo si quieres que te empiece a ir bien.
Los de las constelaciones familiares.
Los del amor propio, que repiten que no puedes recibir amor si no te amas a ti mismo.
Los del poliamor, que justifican su incapacidad de comprometerse diciendo que el humano no nació para ser de una sola pareja.
Los que hacen brujería.
Los que dicen saber qué pasa después de la muerte… sin haberse muerto nunca.
Los que creen que la Tierra es plana y vivimos en un domo.
Los que aseguran que estamos en una simulación.
Los que juran que hay reptilianos entre nosotros.
Los que creen que Shakespeare reencarnó en el esposo de Anne Hathaway.
Los que aseguran que todo pasa porque lo manifestamos, y te hacen sentir culpable si no manifiestas “correctamente”.
Los que creen en un dios.
O en varios dioses.
O que los dioses somos nosotros.
O que no hay nada. Que esto es un accidente, un virus, un mal chiste contado.
Tantas cosas en las que creer… que uno termina distraído, sin saber en qué carajos creer.
Yo, en los últimos años, he cambiado tanto de opinión sobre lo que somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos… que ya perdí la cuenta.
Y lo único que encuentro real es una cosa.
Y tal vez eso es lo que más me aterra, lo que más me afana de cumplir 40:
Que no significa solo que estoy llegando a la mediana edad.
Significa que muchas de las personas que amo también están cumpliendo muchos años más.
Significa que la cuenta regresiva empieza a avanzar más rápido para mí… y para ellos.
Y eso es algo con lo que no he aprendido a vivir.
Y yo me pregunto: ¿cómo hacen todos para ir así de despreocupados y confiados por la vida?
Por más terapia que he hecho, por más libros que he leído, por más videos que he visto, por más consejos que he escuchado, por más contenido que he consumido sobre el tema…
Yo no puedo.
Me niego.
Soy de los que cree que es una broma de mal gusto, el ciclo de la vida.
Lo siento, Rey León, te fallé.
Es absurdo tener que aceptar que mis abuelos ahora son apenas un recuerdo vago.
Que mis tíos solo viven en las anécdotas que contamos cuando almorzamos.
Me niego a aceptar que todo lo que hoy conozco, que todos los que hoy amo… se van a morir.
No tolero mirar a mis gatos y saber que en unos años ya no me van a acompañar.
Y que lo único que me va a quedar de ellos es la tortura de su ausencia.
¿Quién se inventó este modelo de vida?
Tiene huevo.
No tiene sentido.
No tiene sentido que todo sea simplemente efímero, desechable. Que se pase así, nomás.
Necesito certeza de lo que sigue.
Solo así, tal vez, por fin pueda encontrarle sentido a esto.
O al menos dejar de buscarlo como si fuera una notificación que todavía no ha llegado.
Aunque si llega…
que no sea en PDF,
ni en formato de coaching,
ni con frases cursis en fondo beige.
Solo una cosa clara.
Una mínima.
Un mísero indicio.
Porque cumplir 40 está bien…
pero improvisar el resto de la vida sin instrucciones ya empieza a cansar.
Y tú, que estás leyendo…
¿También sientes esta incertidumbre?
¿Tienes alguna pista sobre cómo se sobrevive sin manual?
Te leo.
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