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Andrés, Mercedes y María

Resultó que Andrés el hijo de Mercedes, la dueña de la Estoria, la más grande surtidora de hielo del pueblo, se encontró preocupado un día por culpa de una situación.

Tardó meses en enterarse que el problema que no lo dejaba dormir desde que empezó a conocer el negocio de su madre era el infinito miedo a que lo robaran y esta incógnita camuflada por la confusión del insomnio se dejó descubrir sin demora alguna cuando Arnulfo, hijo de Patrocinio, dueño de quesos La Delicia, le contó que el negocio de su padre había sido robado y que también así, el de Jaramillo dueño de la panadería Sumartes.

La noticia que su amigo y vecino le había comunicado desbordó el pánico en Andrés, el cual quiso dispersar escabulléndose en lecturas de libros que ya había leído, en televisión maluca y sin sentido, en sincronizar la mejor emisora que su radio viejo lograra captar y en juegos que inventaba para pasar el rato.

Su preocupación no sólo era porque se estuvieran presentando robos sino por la proximidad de estos asaltos al negocio de su madre. Pasaron tres noches en las que los pillos ladrones, de los cuales la policía no tenía pistas y a los que apodaron “Los Gatos sin Sombra”, hicieron de las suyas en seis negocios más. Desde que Arnulfo le contó a Andrés la desgracia, nueve negocios en línea y en las mismas tres cuadras seguidas habían sido atracados.

El miedo del hijo de Mercedes se revolucionó más cuando la policía informó que “Los Gatos Sin Sombra” ponían marcas extrañas en los negocios antes y después de robarlos. –Como para inventariar su negocio- aseguraba el capitán de la policía.

 Afanado después de aquella declaración, Andrés investigó todo el negocio de su madre tratando de localizar el símbolo que los gatos sin sombra ponían a sus víctimas. Recorrió de un lado a otro, de arriba abajo, de abajo arriba, quitando y colocando, subiendo y bajando cosas y cosas hasta que un reprendo de su abuela lo clamó. -Basta ya de tus idas y venidas que me tienen mareada. Pareciera que estuvieras jugando al escondite con diablillos. ¿Qué es lo qué tanto buscas? - Andrés agitado respondió -La marca de `Los Gatos sin Sombra`, tal vez seamos sus próximas víctimas y no lo sabemos. Tenemos que estar preparados, compremos un fusil, un arma, algo para defendernos-.

 -Deja de decir tantas bobadas- gritó la madre de Andrés -que Dios y la Virgen son nuestra defensa y en la casa donde está Dios ni el Diablo se mete; Además en el jardín hay sembrada la Lengua e Suegra y cuando en una casa está sembrada esta mata, ningún ladrón se mete- .

 -Sí mijo- replicó la Abuela de Andrés - no te preocupes por eso, más bien lo que a mí me tiene preocupada es otra cosa-

Y resultó que María, la Madre de Mercedes la dueña de la Estoria, la más grande surtidora de hielo en el pueblo se encontró preocupada por culpa de una situación.

Un comentario que rondaba por todo el barrio en boca de todos los vecinos desequilibró los nervios de María. Saturia, la madre de Enriqueta, dueña del mercado, le contó que a su casa se había entrado una culebra y que se vieron en un infierno para matarla. -Donde no hubieran logrado matarla, seguramente estaríamos todos muertos en la familia, pues se trataba de una víbora sumamente venenosa- le decía Saturia a todo el que se encontraba mientras se persignaba.

Pero esta experiencia no sería vivida sólo por Saturia. Desde que el reptil había hecho aparición en su casa, otras nueve culebras más habían visitado la casa de los vecinos que vivían tres cuadras debajo de la casa de Saturia. Todos contaron con suerte de poder ver al “animal del demonio” antes de que este hubiera ocasionado una catástrofe. -Lo peor de todo- insistía María -es que parece que las condenadas esas están entrándose de casa en casa y la última se coló fue aquí al lado. Claro, con estas lluvias todos los animales se alborotan-.

Así que para que no se entrara ningún animal, ni al negocio ni a la casa, que eran en el mismo lugar, María molió varias cabezas de ajo y las regó por las entradas de la casa y de la hielera. -Mamá- exclamó Mercedes cuando vio a su madre en el proceso -hace un momento estabas reprendiendo a tu nieto porque se preocupaba por “Los Gatos sin Sombra” y ahora tú, te encuentras más asustada que polluelos sin su madre. Deja la paranoia, que donde está Dios y la Virgen no entra ni el Diablo y si ya le regaste ajo molido a las entradas sí que menos- terminó de advertirle Mercedes a María y se persignó dos veces.

Esa noche la tensión no podía disimularse, Andrés entregado a la idea de que la hielera de su madre correría con la misma suerte que los otros negocios y su abuela no podía concentrarse en algo más que no fuera en recrearse la imagen de una serpiente entrando por debajo de la puerta. Aunque confinaban en Dios y la virgen, el miedo le ganaba un poco a su fe. A juntos, tanto como a Andrés y a María, las anécdotas y las diferentes reacciones de sus vecinos les habían creado un ambiente de terror.

Andrés ni siquiera se preocupaba por la serpiente, la consideraba un animal inferior, predecible a la hora de encontrar y conocía tan bien su casa, que sabía dónde estaban todos los lugares húmedos, considerando ese hecho una ventaja enorme para hallarla; Pero los ladrones, los ladrones le provocaban pánico porque no sabía nada de ellos. La policía no había logrado atraparlos ni dar con pistas que los acercaran un poquito. El temía, porque juró que nunca iba a permitir que le robaran a su madre lo que ella había conseguido con el fruto de días de sacrificio y esfuerzo. Era un amante de proteger lo propio y temía que cuando los enfrentara ellos estuvieran armados y él no pudiera hacer nada.

Por su parte María, no le preocupaba tanto “Los Gatos sin Sombra”. Ella pensaba que, si llegará a topárselos en el momento en que estuvieran haciendo sus fechorías, se quedaría quieta como si se tratase de un objeto más de la casa, cerraría los ojos y les diría -llévense lo que quiera menos nuestras vidas-. La abuela a diferencia de su nieto no consideraba para nada importante lo material y siempre creía que era más elemental la vida que cualquier objeto o dinero y que de esas cosas había por todos lados y que era más fácil recuperarlas que recuperar un minuto de existencia. En cambio, si le aterraba la idea de enfrentarse a una víbora pues les tenía fobia. Desde muy pequeña no toleraba ni siquiera que hablaran de ese animal y cuando supo que La Virgen María había condenado a la serpiente a andar arrastrada de por vida, sostuvo que a ella siempre le había parecido animal del diablo. -Matan por placer, no por necesidad como los otros animales. Ellas son malignas y su veneno en la mismita sangre del diablo- decía María cada vez que de una culebra se hablaba y remataba siempre asegurando que -a la naturaleza hay que temerle igual que a Dios-.

Mercedes, que parecía la más calmada y objetiva en la casa, estaba atravesando la peor situación interna de los tres. Le preocupan muchas cosas, “Los Gatos sin Sombra”, las culebras, pero sobre todo ver tan angustiados a su hijo y a su madre. Aunque lo disimulaba, no soportaba ver a Andrés de arriba abajo caminado con un palo al que le había clavado puntillas oxidadas. También la inquietaba, ver a María con el rosario en la mano y rezando como asesino pidiendo perdón para entrar a los reinos de los cielos y lo que la sacaba más de quicio era no tener nada que hacer para evitar que esto siguiera pasando. En su impotencia no se le ocurrió nada más que rezar, porque analizó que la frase que le había dicho a Andrés y a María “en donde está Dios y la Virgen no entra ni el Diablo” podría tomarla Dios como fanfarronadas, pues estaba viendo su crisis de fe.

 En un momento de su conversación con el ser supremo, le dio por suponer que Dios la había puesto a elegir entre la entrada de la serpiente y la de “Los Gatos sin Sombra”, se volvió a angustiar y analizó las dos posibilidades. Si pedía que Dios evitara la entrada de los ladrones, posiblemente le salvaría la vida a su hijo porque él era una persona muy impulsiva que reaccionaría en contra de ellos y como no se tenía ni el más mínimo conocimiento de “Los Gatos in Sombra”, podrían ser muchos y Andrés no tendría posibilidad de salvarse. Pero si Dios le concedía ese deseo, correría el riesgo de que su madre viera a la culebra y sintiera tanto miedo que le provocara un paro cardiaco. Sin embargo, tomó aire un momento y se dio cuenta que estaba creando conjeturas baldías que estaban ofendiendo de nuevo a Dios y se puso a rezar otra vez.

Mientras todo esto ocurría un disparo de un revolver se escuchó desde la entrada de la hielera. Andrés quedó inmóvil al oír el ruido -no vayas a bajar por el amor de Dios- le gritó su madre, pero su orden fue como si hubiera sido, al contrario. Andrés prendió todas las luces rápidamente mientras gritaba -Nosotros también tenemos armas y vamos para allá-. En cuestión de segundos Andrés llegó al negocio, pero no halló nada anormal, revisó todo el local y observó que se encontraba en orden. Esperó diez minutos por si escuchaba más ruidos, salió del negocio y encontró a dos policías muertos en el suelo en la entrada de la hielera.

Los estudios forenses dictaminaron que el ajo molido que María puso en la entrada espantó a la serpiente que intentó ingresar a la casa por el lado de la hielera. La víbora huyó despavorida y a su paso se encontró a los policías que también pretendían entrarse y quienes contaron con mala suerte, pues la culebra iba asustada y decidió atacar a uno de los patrulleros para quitárselo del camino. El mordisco tomó por sorpresa al policía quien cargaba un revolver en su mano y que disparó sin querer como reacción del mordisco, con tan mala fortuna que la bala atravesó a su compañero. Al presenciar tan desafortunado incidente, el patrullero entró en un estado de paraplejia y cuando trató de reponerse fue demasiado tarde pues el veneno ya se había apoderado de su sistema nervioso.

Todo quedó comprobado, la culebra fue asesinada dos casas adelante por un vecino que salió a mirar lo que pasaba, “Los Gatos sin Sombra” fueron llamados así porque -seguramente si el incidente no hubiera ocurrido, nunca los íbamos atrapar- dijo el capitán de la policía quien se disculpó con la ciudadanía. Pero lo que más comprobado quedó sin duda fue que en donde está Dios y la Virgen ni el Diablo se mete, así como donde hay Lengua de suegra no entran los ladrones ni donde el ajo molido se pone las culebras.     




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