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Las Gallinas Mágicas

Después de conocer a las gallinas mágicas, ‘la negra' Niebelsis se casó tres veces, tuvo tres hijos y nueve nietos. Conoció gran parte del mundo, visitó castillos, playas exóticas y restaurantes finos. Compró varios abrigos de piel y recibió varias joyas de regalo. Fue testigo del nacimiento de un león en un zoológico, vio como un ganadero le disparaba a un niño de 12 años de edad que le había robado su cadena de oro, asistió a 34 conciertos, fue 389 veces al cine, contempló más a amaneceres que atardeceres, lloró al menos unas 200 veces, olvidó a gran parte de sus amigos y a la otra los vio morir, sufrió de cáncer de garganta, perdió la vista en un ojo, pero nunca volvió a comer una gallina en su vida.

Tiempo atrás, época en donde ella lucía el color original de su cabello, era fanática a comer la gallina del campo. Tenía una amiga, que muy querida y muy formal, le enviaba mensualmente cinco aves para que se las comiera a su gusto y su gana.

Ella, por supuesto, las preparaba en todas las presentaciones posibles que se puede preparar una gallina criolla, y a todo al que conocía le contaba de las delicias que comía, No había persona que la rodeara y la conociera que no supiera de sus gallinas criollas.
Todos en su universidad escuchaban del rumor sobre el sabor indescriptible de una gallina mágica. Aquellos que las comían hablaban de ellas como si se trataran de seres mitológicos. Pero también existían personas que ponían en duda la existencia de dichos animales y catalogaban los cumplidos como una “exageración” y un “invento absurdo”.

Algunas de las chicas decían que ‘la negra’ solo hacía eso para llamar la atención, para que se hablara de ella, para que los chicos se interesaran más por ella y la persiguieran. Varias veces la retaron para que llevara una degustación y le diera a probar a todos, pero en ese sentido ‘la negra’ no era bondadosa.

Y aunque pudo ganar bastante dinero, porque muchos le ofrecían grandes sumas a cambio de poder probar las gallinas, ella solo le dio la oportunidad a sus amigos más queridos y a muy pocos privilegiados que quedaban aturdidos con el sabor.

Un día, Raúl Fernández, su mejor amigo, llegó a su casa con una gallina criolla comprada en un almacén de la ciudad. Él quería demostrar que el animal no era el que tenía la magia, sino la sazón de su amiga, y le pidió a ella que la cocinara como lo hacía con las otras gallinas.

‘La negra’ no dudó en preparar el sancocho. Peló cinco cebollas cabezonas y tres cebollas largas, cinco cabezas de ajo, cinco tomates, un pimentón grande. Peló las papas, las yucas y los plátanos.

Puso a cocinar aparte las yucas, mientras adobó con sal y pimienta las gallinas. Tomó gran parte de la cebolla, la incorporó con el tomate, el ajo y el pimentón, y puso todo a sofreír en un sartén. Luego metió el guiso en una olla grande, junto con la papa, el plátano y la gallina.
Mientras todo se cocinaba, utilizó la cebolla que le sobró y cortó otro poco de ajo para hacer el arroz y el guacamole. Una vez estuvo cocinada la gallina, la sacó de la olla, la secó y después la puso a dorar en una parrilla que su amigo Raúl había preparado previamente.

Mientras doraba las gallinas, pasaba una brocha untada de salsa BBQ y miel para hidratarlas y darles un poco más de sabor.

Cuando estuvo la comida lista, la sirvieron en una loza de barro. Se sentaron a probar, y aunque el manjar estaba delicioso, no sabía igual que a las gallinas mágicas que estaban acostumbrados a comer.

- Tiene que existir un secreto, ese animal debe vivir una vida muy plena y feliz. Tenemos que averiguar qué hacen para que sepan tan rico, nos podríamos hacer el negocio de la vida - Dijo Raúl mientras tomaba un sorbo de limonada de panela.

-No creo que exista un secreto- Refutó la negra- Esos animales tienen que comer muy bien, y por eso viven felices y saben tan rico después de muertos. Además, la familia de mi amiga siempre ha sido campesina y ellos crían sus animales muy bien.

- ¿Y ellos no han pensado en montar un negocio? ¿Una distribuidora de aves?

-Para nada. No tienen la tierra para eso. A penas crían animales para comer ellos, además, creo que, si criaran en cantidad, la calidad se perdería.

-Es una lástima, no saben del dineral que se están perdiendo. Espero que al menos les recompenses con algo semejante regalo que te hacen mensualmente, ‘negra’.

-Claro que sí, mi familia les ayuda mucho a ellos. Por eso nos hacen esos regalos. Aunque hace varios años no veo a Rosa. ¿Qué será de la vida de ella? ¿Se irá a casar con ese muchachito degenerado?

-¿Y por qué no vas a visitarla pronto? Así podrás saber de ella y de paso descubrir el secreto de esas gallinas mágicas.

-Lo primero que voy a hacer es llegar a preguntarle directico a Rosa qué es lo que hace para que esas gallinas sepan así de rico, para que te des cuenta de una vez que no existe ningún secreto.
A las dos semanas ‘la negra’ escribió una carta a su amiga Rosa avisándole de su visita y una semana después tomó un bus para viajar. Cuando llegó al pueblo, su amiga y su papá la estaban esperando en el terminal.
Tuvieron que viajar casi 40 minutos en un viejo jeep para llegar a la pequeña finca donde ellos vivían y durante todo el trayecto ‘la negra’ tuvo la intención de hacer la pregunta, pero siempre era interrumpida por las preguntas de su amiga y la curiosidad que en ella despertaba su vida universitaria.
-Debe ser genial ir a una universidad. Todas esas personas hijas de gente adinerada. Todas esas personas inteligentes. Todos esos chicos guapos, las fiestas, que afortunada eres Niebelsis- Decía Rosa en medio de carcajadas.

-Pues es una fortuna, pero no es tan maravilloso como imaginas. La mayoría de las personas no son tan inteligentes y los que son hijos de personas adineradas son unos patanes. Tratan a las demás personas como basura. Uno de esos chicos una noche me invitó a salir, en todo el tiempo que estuvimos juntos no dejó de hablar de dinero. Y ni siquiera es suyo, sino el de su padre. Vaya perdedor el que no puede impresionar con algo que no sea dinero- Sentenciaba ‘la negra’ con un poco de rabia.

Una vez llegaron a la finca, ‘la negra’ fue atacada da por un incesante olor a sancocho de gallina criolla que se le metió hasta los huesos. Se emocionó tanto que, en vez de recordar hacer la pregunta, la olvidó por completo. Se sumió en una profunda amnesia. Sólo le interesó comer y tomar cerveza durante todo el día.

Ya entrada la noche, ‘la negra' se encontró acostada en una hamaca, reposando la comida y el licor, un poco mareada, feliz, pero con unas infinitas ganas de cagar.

Se paró rápidamente en busca de su amiga Rosa y le pidió sin tapujos el baño prestado. Rosa soltó una carcajada que espantó a un gato que estaba dormido en el corredor externo de la casa, le alcanzó con su mano derecha un rollo de papel higiénico a ‘la negra' y le dijo:


- ¡Mija! Ya sé que eres citadina, pero te tocó ir al potrero porque aquí no tenemos baño.


- ¿No tienen baño? Pero qué clase de locura es esta… ¿En qué tiempo viven aquí? Por el amor de Dios. Es increíble que en pleno Siglo XX ustedes no tengan un baño.


-Lo sé, como es increíble que no tengamos acueducto, ni un servicio de energía que funcione bien.

- ¡Maldita sea este país! Los políticos se roban toda la plata y por culpa de ellos toca cagar en el pasto.

A ‘la negra' no le importó, corrió desesperada a buscar un lugar para desahogar lo que le estorbaba. Con el alivio de haberlo hecho, un poco mareada y confundida porque nunca antes había cagado en el pasto, buscó a Rosa.

-Rosita, mi amiga, ¿Ahora qué hago con esa mierda?


Rosa volvió a reír a carcajadas, no podía parar de reír. Ver a su amiga citadina tener esa experiencia era de no creer para ella. ‘La negra’ se contagió de la risa y volvió a preguntar. – Es enserio, ¿Qué tengo que hacer con eso? ¿Dónde hay un balde para echar agua o una pala para echarle arena?


Entonces Rosa, una vez calmada, le pasó la mano por los hombros y abrazándola fraternalmente le dijo:


-Tranquila, mi amiga citadina, asómese no más y se da cuenta como en un 'segundito' las gallinas criollas se devoran todo sin dejar rastro.




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