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Las 50 Sombras de Ferney

-" Ha visto usted lo bueno que se puede poner esto, si lo estimula un poco más? Sólo debe comenzar despacio y deslizar toda su mano, de arriba abajo e ir subiendo la intensidad, con mucho cuidado, hasta que sienta que ya está en el punto, que está caliente y que no puede parar. Hasta que sienta el sudor en su frente y las palpitaciones sean lo único que se pueda escuchar".

-" Gracias señor Ferney, lo tendré en cuenta para limpiar mejor el estante"

Ferney Gracia Avendaño, era un hombre rico. Papero, ganadero, esmeraldero, y hasta prestaba 'gota a gota'.  Vestía elegantes camisas de terciopelo, cadenas gruesas de oro que combinaban con su pelo en pecho, correas con la chapa que llevaba la marca de su ganado, anillos con piedras finas, un poncho con la estampa de su caballo favorito y siempre llevaba una libreta en la mano y un carriel colgando.

Había forjado su fortuna desde muy joven y se había ganado a las buenas el respeto de mucha gente y una posición envidiable, era dueño de casi todo.

Amante de toda clase de 'gallos', atendía su propio negocio en la ciudad cuando no estaba en sus fincas supervisándolas.

Fruver Ferney era su mayor logro. Allí vendía toda clase de hortalizas, vegetales, frutas y también carnes, cualquier cosa para la canasta familiar. Le gustaba siempre que sus empleadas tuvieran limpio el lugar y las estimulaba cuando estas le sacaban el brillo a los estantes.

Pero Ferney también tenía secretos y pese a ser muy asechado por las damas, que desinteresadas en su dinero, lo buscaban por su estilo y por amor verdadero, se le vía casi siempre sólo y no se le conocía pareja. Algo que despertaba todo tipo de comentarios y misterios.

El señor Ferney un día recibió en su despacho a una auxiliar de contaduría que era amiga de una amiga de él y que estaba en busca de unas pasantías.

El encuentro fue tremendo, la química entre los dos, un derroche de emoción con el que luchaba cada uno para no desbocarse. Pero él sólo tuvo que prender el aire acondicionado para que todo se calmara y se dieran cuenta que sólo estaba haciendo calor.

Su nombre era Lady Jimena, y apenas podía sostenerle la mirada a Ferney porque la otra la tenía siempre en el paquete... En el paquete de documentos que llevaba para solicitar trabajo en el Fruver.

Ferney la miró, detenidamente, como si estuviera analizando una yegua antes de comprarla. Con deleite vio como se formaban dos perfectos y redondos relieves que brotaban con efervescencia y no dudo en desear ese par de melones que estaban exhibidos en un estante, pero luego se concentró y volvió a mirar a Lady.

Juntos charlaron, ella le contó sobre su vida y sus aspiraciones. Le dijo que siempre había querido ser contadora porque le fascinaban los números pero que para ser tan buena con ellos, no podía recordar cuántos pepinos se había comido... El día antes de la entrevista.

A Ferney le gustó, e inmediatamente la contrató pero pidiéndole que se convirtiera en su asistente personal.

Un día el señor Ferney tuvo que viajar a la finca y se llevo a Lady con él. Allí llegaron mientras caía una fuerte lluvia que los empapó a ambos.

Se podían ver perfectamente los pezones dibujados, tiernos y rosados de una marrana que se había escapado del establo y Ferney le gritó al capataz para que la fuera a coger.

Lady y el señor Ferney corrieron al establo, mojados, excitados por el movimiento, por la adrenalina de mojarse. Ambos se miraron, sonrieron y parecieron hacerse una seña con la mirada.

Después el señor Ferney tomó un lazo y la tiró fuertemente al piso, sus alaridos retumbaron el lugar y se confundieron con el sonido de los truenos. Él la miraba extasiado, le pasó la mano por la piel erizada mientras que ella se estremecía y seguía gimiendo. Con fuerza la agarró del centro y le propinó otro golpe contra el suelo, después  con el lazo que había tomado comenzó a atarle las patas hasta dejarla inmóvil. El capataz había llevado la marrana sin problemas y el señor Ferney supo domarla para llevarla al matadero después.

- "Calmar una marrana es más fácil que calmar una mujer " dijo el señor Ferney dejando estupefacta a Lady que no podía creer toda la sabiduría y filosofía de su jefe en cada palabra.

Cuando entraron a la casa, y sin esperar a que Lady se secara, el señor Ferney la puso en cuatro... Para que comenzara a buscar unos libros contables que estaban debajo de un mueble.

Pasadas las seis de la tarde y tras una larga jornada de trabajo, el señor Ferney la invitó a comer chocolate con bizcocho y cuajada.

-"Meter el bizcocho en el chocolate y ver como flota, me recuerda los cuerpos muertos que pasaban por el río cuando me iba a bañar con mis amigos de pequeño", contemplaba el señor Ferney.

-"Pero que manera de comparar tiene este hombre, debió haber sufrido mucho, quisiera entregarme a él", pensó Lady que cada vez se resistía menos a los encantos de su jefe.

El señor Ferney pudo darse cuenta que su asistente estaba 'arosuda' y le picó la matraca de llevársela para el cuarto.

Ella se desnudó rápidamente, estaba 'empapadita', bien mojada... Aún del aguacero y el señor Ferney gritó:  "ahora sí se lo voy a meter hasta el fondo" mientras guardaba algo en la maleta.

Entonces y después de un ajetreo, toda la esperma se derramó... y  quedaron a oscuras porque la vela que les alumbraba el cuarto se apagó, y con una tenue luz que entraba por la ventana Lady pudo ver las 50 sombras de Ferney, un hombre que lucía mucho más gordo sin ropa y no lo quiso más.

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