Ir al contenido principal

El baño


Allí estaba él, parado en medio de los transeúntes, justo al frente de la entrada del edificio, tratando de adivinar qué hora era. Angustiado, pues llegaría nuevamente tarde.

Le venía pasando lo mismo desde hace días. Era como si inconscientemente su horario hubiera cambiado y se le imposibilitara entender el tiempo. O como si un hechizo no le permitiera hacer las cosas bien, y tardara más de lo esperado siempre, cada día que pasara, cada vez más.

Ya no podía hacer nada. Era tarde otra vez.

Resignado decidió entrar, arriesgarse. Qué más daba. Al fin de cuentas ya estaba ahí. Tenía que intentar conseguir la entrevista.

Se anunció. Lo esperan desde hace media hora señor Alberto, le dijo la recepcionista. Lo sé, lo siento, contestó él.

Le dieron una nueva oportunidad. Estaba de suerte. Sólo debía esperar a que los demás se marcharan y entrar de último. Tiempo suficiente para encontrar un motivo y así excusarse mejor por su tardanza. Algo bueno se me va ocurrir, lo sé, se dijo Alberto.

Decidió ir mientras al baño. También le urgió esa necesidad.

Una vez allí, vio a un hombre entrar justo después de él.  Se miraron fijamente, de arriba a abajo, y luego se saludaron. Nadie hizo nada más. Estaban sólo los dos.

Luego de unos segundos el otro hombre se dirigió al tocador. Abrió el grifo y el agua corrió, mientras que el otro sacó una toalla de papel y se la pasó por la cara para quitarse la grasa del cutis. Volvieron a mirarse y sonrieron otra vez.

Qué hora es, preguntó Alberto. Las 11: 46 a.m., contestó el hombre. Aún queda tiempo, pensó Alberto.

El hombre se agachó a acomodarse los zapatos y Alberto se acercó al grifo. Lo abrió y el agua corrió. Se mojó las manos y luego se las secó con otra toalla de papel. El otro hombre lo miró desde el suelo y le sonrió.

Después, ambos se miraron al espejo por un tiempo, como tratando de reconocerse el rostro, esperando la marcha del otro.

Al fin el otro hombre hizo algo. Se fue a orinar. Lo hizo con parsimonia, como si se tratara de un ritual, mientras, Alberto se acomodó la corbata.

El hombre terminó, se fue al lavamanos, abrió el grifo y el agua corrió. Se las lavó con agua y después con jabón, y nuevamente con agua. Luego se secó las manos con una toalla de papel. Pero no abandonó el baño.

Otro hombre ingresó al baño. Buenos días, dijo efusivamente. Buenos días, contestaron al tiempo ellos dos.  El tercer hombre se dirigió directo al orinal, escupió y luego comenzó a orinar y a silbar a la vez. Alberto volvió a mirarse al espejo.

El nuevo integrante del baño terminó de orinar. Volvió a escupir en el orinal y se despidió. Alberto y el otro hombre siguieron ahí.

_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ 

El tiempo pasó, eran las 12: 35 p.m. y ya todos se habían marchado. Alberto entró de último, como había quedado. 

Se le veía rojo y sudoroso y su cara manifestaba incomodidad. Cuando el entrevistador le preguntó el motivo de su tardanza, Alberto no supo más que decir: fue un asunto de mierda. Me topé con alguien 
como yo, que no puede cagar tranquilo sino está sólo.


Alberto fue contratado al día siguiente, necesitaban personas honestas.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

"El Corazón tiene más cuartos que un hotel de putas"

No sé si fue por que la hizo Gabo en el año en el que nací, cuando escribió ‘El amor en los tiempos del Colera’,  que esta frase que se extrae del mencionado libro, me llegó tanto la primera vez que la leí, hace ya algún tiempo. No sé si fue porque la leí que comencé a pensar que era cierto lo que decía el maestro Gabriel García Márquez, y antes de comenzar a vivir por los andares del amor, acondicioné esa proposición en mi vida.  Tal vez fue por eso, o porque realmente es cierto, que el corazón, o al menos el mío, tiene más cuartos que un hotel de putas. Y es un hotel grande, al que se le pueden unir socios sin términos ni condiciones, y a los que a pocos les expira la membresía; pero también es un espacio que se puede administrar a voluntad y que si es necesario, se puede desocupar para que sólo un huésped sea el dueño. Sin embargo, en esos cuartos, siempre quedarán memorias de lo vivido, de lo que pasó cuando estuvieron alojados, algún objeto que tal vez...

Atrapado en un momento del que no puedo salir

  He tratado de escribir algo memorable desde hace al menos ocho meses, lo juro, pero siempre me quedo en las primeras líneas y no logro concretar nada. Llegué a pensar que era más probable que James Rodríguez durara un año en un mismo equipo antes de que yo pudiera hilar una historia nuevamente. La última vez que terminé un texto extenso fue cuando le escribí la carta a Mafe. Ella dijo: “Pensé que iba a ser más larga”. Y eso que me tardé casi un año escribiéndola. He intentado de todo: cuentos, reflexiones, confesiones, pero no paso del primer párrafo. De hecho, es un logro que haya llegado hasta aquí con este texto. Al principio no me preocupé. Pensé que era normal estar cansado de pasar todos los días ideando estrategias y formas creativas para proyectos. Pero con el tiempo, comenzó a inquietarme no poder escribir. Releí algunos cuentos míos y, en lugar de sentir orgullo, sentí miedo: miedo de no poder volver a escribir así. No entendía lo que me estaba pasando. Últimamente nada...

Cuarenta años y ninguna instrucción

Hace poco pensé en hacer un video que se llamara 40 canciones y 40 películas que recomiendo antes de cumplir 40 años. Luego lo pensé mejor y me pregunté: ¿a quién carajo le importa eso? Seguramente a muy pocos. Después pensé: ¿y yo qué gano con eso? Pues nada. No sé por qué me preocupo. Caer en este reto de “producir contenido” como si fuera un deber, muchas veces sin objetivo claro, nos está distrayendo. En mi caso, no solo al crear, sino también al consumir. Y consumir. Y seguir consumiendo. Estoy tan disperso que hasta olvidé por qué comencé esta entrada. Ah, ya recordé: voy a cumplir 40 años este 26 de septiembre. Hace poco, mientras cenábamos en un restaurante hermoso en Santa Marta, Angie me dijo que me notaba afanado. —Estás más conservador y preocupado que nunca —aseveró con ese tono costeño, fuerte, guajiro, ese que me encanta. Me dijo que parecía preso de una cárcel invisible. —No logro identificar de dónde viene —dijo. —Viene de mí —le respondí, mientras me comía ...