Así dice la canción de Sandro, esa que tanto le gustaba cantar a mi difunto tío Gustavo cuando agarraba su guitarra y arañaba sus cuerdas en medio de la bohemia.
Cuando la escuchaba me parecía muy lejana a mi realidad, hasta ahora.
Este año se fue volando. Y aunque ha pasado de todo, a veces parece como si no nos hubiéramos dado cuenta de eso.
Apenas entrábamos a marzo cuando estalló la pandemia de este malparido virus y todo a lo que estábamos acostumbrados se fue a la mierda. Entonces, desde hace algunas semanas, los que nos gobiernan decidieron que ya era hora de sacarnos de la mierda poco a poco.
Y fue como si todo este tiempo de terror se hubiera pasado en un parpadeo. De repente estamos a menos de 90 días de que se acabe el año más hijo de puta de la historia.
Así me pasó con mi juventud. Siento que se fue en un parpadeo y aunque hice de todo, es como si no me hubiera dado cuenta de eso.
Ya con 35 años no puedo decir que soy joven. No puedo decir que soy una promesa. Se me agotaron los créditos. Ahora tengo altos los triglicéridos y el colesterol malo, no puedo tomar leche entera y cualquier descuido me sube de peso.
No sé cuándo pasó esto, pero anoche me di cuenta de esta realidad (otra vez porque ya me había dado cuenta, pero se me había olvidado).
Tuve que buscar algo divertido después de ver la película de La Monja, porque con mi novia nos alcanzó a asustar un poquito. Y decidí poner American Pie II. Esta es mi favorita de toda la franquicia y aunque la he visto al menos unas 15 veces, hace unos 5 años no la veía.
Todo iba bien hasta que salieron estos manes (casi contemporáneos a mi generación) planeando unas vacaciones de 12 semanas en una casa al lado de un lago lleno de fiestas y diversión. No había celulares, ni redes sociales. El mundo era muy distinto. Tan distinto que me cuesta recordar y reconocer que habité en él.
Y aunque amo mi vida y espero envejecer con dignidad, me cuesta reconocer que ya no volveré a ser un "chico que hace estupideces porque es solo uno chico" y que voy solo hacer estupideces porque soy estúpido.
Entonces traté de recordar como eran esos días de juventud en el que tiempo parecía eterno, mientras me tomaba dos pastillas para manejar los nervios y la ansiedad y para poder dormir, y mientras mis dos gatos se me acostaban encima de mis piernas.
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