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Lucrecia




Siempre se despertaba entre las 2:50 am y las 3:25 am para entrar al baño a orinar. Sus vecinos desvelados podían sentir su presencia gracias a su tos seca y carraspeo en la garganta, que lo hacían oír como si se tratase de un anciano enfermo.

Sin embargo, esa madrugada, en la que caía una lluvia torrencial, se despertó a las 4:03 am. 

Las ventanas estaban empañadas y enclenques de recibir los golpes de las gotas, que se estrellaban en desorden y con violencia contra el vidrio. Las calles estaban inundadas. La temperatura no pasaba de los ocho grados centígrados y las montañas no se veían porque una densa neblina las cubría.

Luego de luchar con su problema de próstata logró orinar. Se miró al espejo y encontró una nueva arruga. Vio que su diente despicado seguía en deterioro y sirvió un vaso de agua de la llave.

Volvió a su cama, que ya había perdido su calor. Se sentó mirando al piso y a sus pies, y se tomó la cabeza con las dos manos. Cerró los ojos y la figura de Lucrecia apareció como un relámpago repentino.

Sabía que dentro de poco amanecería, y que, como todas las veces, le iba a costar al menos una hora retomar el sueño.

Suspiró y se bebió de un solo sorbo el vaso de agua que había servido de la llave. Luego se acostó y se tapó con el edredón. Una de las plumas de ganso le lastimó una rodilla.

   - Vida Hijueputa, murmuró mientras buscaba con las manos su almohada para apoyar la cabeza.  

 Tomó el celular. El reloj marcaba las 4: 18 am. No había notificaciones en ninguna de sus redes sociales ni tampoco en sus correos.

Pensó que tal vez así sería el celular de un anciano solitario cuyo mundo ya se había acabado y vivía en el olvido, tratando de hacerse visible para los que dicen que lo quieren.

Sintió lástima por las personas en esas situaciones. Que solo tienen que recurrir a los recuerdos para encontrar consuelo porque en su vida no ha vuelto a pasar nada nuevo desde hace rato. Y tras eso, volvió a darse cuenta por enésima vez que esa era su situación, solo que él tenía apenas 46 años: era un anciano prematuro.

Y eso le hizo recordar una frase que una vez leyó en un mural: “El mundo se acaba cuando todo lo que se conoce y se quiere comienza a morirse, dejar de existir o empieza a olvidarse de uno”.

Puso el celular en la mesa de noche. Dio vueltas en la cama y cerró los ojos inútilmente porque el sueño todavía no volvía, pero sí la imagen de Lucrecia.

Se acordó del día en que su abuela lo llevó con los vaqueros de la finca a ordeñar vacas bajo la luz de la luna llena. Sintió el olor y el sabor del carajillo que le brindaron ese día, “que buen brandy tenía ese café”, pensó.

Volvió a tomar el celular y le dio por revisar noticias. Y entonces encontró más de lo mismo. Eran las mismas historias que había leído el día pasado, pero contadas de otra manera.

“Es como si en el restaurante me dijeran el lunes que hay frijoles con arroz y carne, y el martes, que hay arroz con carne y frijoles”, concluyó resignado al saber que no encontraría contenido nuevo y volvió a dejar el celular en la mesa de noche.  

Se acostó mirando al techo. Comenzó a escuchar su propia respiración, se mezclaba con el sonido desordenado que producían las gotas pegando en la ventana. Un respiro y luego unas cuantas gotas. Unas cuantas gotas y luego un respiro. Un suspiro y varias gotas a la vez. Era la composición que marcaba la desdicha de no poder dormir, la banda sonora de su insomnio.

No pudo resistir esta melodía y prendió el televisor para callarla. Dando vueltas por los canales se topó con un documental que mostraba la manera en la que nacen los tiburones tigre.

Vio cómo desde que están en el vientre, estos tienen que pelear con sus hermanos en un desafío a muerte y comerse unos a otros hasta que quede un solo sobreviviente, que nace y es abandonado inmediatamente por su madre porque ya está en condiciones de enfrentar la vida.

- ¿Y nos quejamos cuando tenemos alguna adversidad?, se cuestionó y se lamentó de no poder formularle la pregunta a alguien.

Cuando el show fue a comerciales decidió apagar el televisor para intentar conciliar el esquivo sueño, pero sus esfuerzos continuaban siendo inútiles, por lo que decidió rezar.

Tuvo que decir el Padre Nuestro dos veces, porque se le olvidó una parte cuando estaba terminándolo y decidió comenzar desde el principio para que, según él, valiera. Sin embargo, tras acabar el Ave María y lanzar unas plegarias no sentía el efecto somnífero que suelen producir las charlas con el ser supremo.

“¿Y si me masturbo?”, pensó. “Mejor, no. Tengo que correr en la tarde”.

Agotando ya todos los recursos para quedarse dormido, volvió a rendirse a su más preciado y a la vez doloroso recuerdo. Volvió a pensar en Lucrecia.

Cerró los ojos y la vio sentada en una mesa de madera para dos, en medio de un parque que estaba rodeado por flores blancas y un jardín extremadamente cuidado.

Ella estaba debajo de un árbol, que le daba sombra y fresco a la vez, y le permitía leer tranquilamente mientras se tomaba el café de la tarde y se comía una torta de chocolate.

Estaba ahí, inmaculada, inalcanzable. Con sus gafas grandes y redondas, sus dos lunares como si fueran pintados con un marcador y sus labios rojos.

Tenía una balaca roja que le sujetaba su pelo dorado para que no le entorpeciera la vista y que le hacía juego con su vestido largo, que era del mismo color y tenía puntos negros.

Levantó sus ojos y clavó su penetrante mirada por unos segundos en donde estaba él, pero no logró verlo. Bajó nuevamente su mirada y siguió con su lectura. 

Él sabía que se iba a terminar el recuerdo y que otra vez se quedaría dormido. Comenzó a correr hacia donde ella, pero los pies le pesaban como si estuviera caminando en una piscina.

Entonces ella cerró el libro que estaba leyendo y se paró lentamente de la mesa, en donde dejó el pocillo del café con la marca de sus labios. Él intentaba gritarle para que los escuchara, pero su boca estaba cosida con su propia piel y solo él podía escuchar los gemidos que emitía, pues el sonido era interno. 

Lucrecia comenzó a caminar y él la siguió con su mirada mientras sostenía en su mano una carta que le había escrito desde hace mucho y que nunca le pudo entregar,  pero ella se alejó hasta que ya no se pudo ver más su silueta.

El sueño lo venció cuando la lluvia cesó y los pájaros tomaron fuerza para salir de sus refugios y dar comienzo al día con sus cantos. 

Y otra vez se quedó sin confesarle que daría todo por haber tenido el valor de invitarla a salir, así le hubiera dicho que no. 

Comentarios

  1. Me encantó,tienes que contarme sobre '"Lucrecia" pues siempre que escribes te inspiras en algo o alguien muy real.

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    1. Gracias por leer, aunque no sé quién habla. No es precisamente cierto que siempre que escribo me inspiro en algo o alguien real. Muchas veces los personajes de mis cuentos han nacido de la ficción o de imaginar situaciones.

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  2. Qué crack!
    Más tinta este nuevo año, Gerardo.

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    Respuestas
    1. Gracias, bb. Eso espero, que no se me seque el tintero en 2021 y podamos trabajar en buenas historias. Gracias por leer.

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  3. Jujummmmmm quien será Lucrecia??? Algún amor esquivo????

    No mentiras primo, muy buena la historia. Me alegra que haya vuelto a escribir. Esperamos más historias en Tinta Infinita!

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