Te vi mirarlo con tus ojos grandes y tus pupilas dilatadas como las tiene un gato cuando está jugando. Tenías ese gesto que se hace antes de abrir la boca para sonreír. Parte de tu pelo dorado se movía con el frío viento y tu nariz estaba roja. Esa mirada que le clavaste es la muestra exacta de lo que significa realización. Tan natural, tan espontánea y tan auténtica como tus letras. Por más que busqué dentro de mis sentimientos algún dolor, alguna reacción de pena. Por más que le pedí a mi ego que me dictara algún tipo de drama para autocompadecerme, para molestarme y maldecir la mala suerte de no tenerte, no logré nada. Yo también hice ese gesto que se hace antes de abrir la boca para sonreír y te clavé una mirada llena de tranquilidad. Porque, aunque daría cada cosa que tengo por ser el hombre al que amas, no puedo dejar de sentir felicidad por verte mirarlo así.
Este espacio es dedicado a todas estas historias que alguna vez vivimos y pensamos en en escribir, pero que luego olvidamos hacerlo. Es una oda a mi infancia, mi vida en Honda, mi paso por el colegio y mis más añorados recuerdos.