Al calor de los tragos uno es quien es, pero solo al calor de
ellos, no en sus brazas ni en sus profundidades. Uno tiene que encontrar ese
punto perfecto (Yo por ejemplo, lo encuentro casi siempre como al onceavo guaro
o en la sexta cerveza, o en el tercer vaso de vodka, o al cuarto ginebra o a
los cinco whiskys) No puede ser menos ni más, es un limbo entre la sobriedad y
la embriaguez.
Haz de cuenta que te estuvieran cocinando, entonces tendrían que
encontrar tu punto perfecto para poder servirte en la mesa. Como la carne a término
tres cuartos que alcanza su máxima expresión, su mejor presentación, su mejor
textura y se aprovecha al máximo.
Uno en su estado perfecto se atreve a decir cosas que se esconden
en las trincheras de la sobriedad y a hacer cosas que la vergüenza le crítica.
No es sencillo mantenerse ahí, de hecho como las puestas de sol, dura muy
poco. Es casi efímero porque la siguiente copa, el siguiente sorbo ya van
a alterarte; y por el contrario si decides parar, pues bueno, te reposas en un
pasmado sitio del cual es difícil salir.
Se debe aprovechar este milagro, ese momento de
lucidez y buscar con mucho esmero, dedicación y corazón, una muchacha
bonita, de cabello negro azabache que le recorra casi toda la espalda, de
mirada penetrante y dueña de una sonrisa cautivadora (o bien puedes fijarte en
otra muchacha, una rubia de ojos claros, que te enamore de tropezón) y rezar para que todo el universo
conspire y se ponga de acuerdo para favorecer que esa mujer llegue al
mismo tiempo y en el mismo lugar que tú al calor de los tragos; Después
sembrarle un dulce beso en sus provocativos labios y bailar con ella... y
cantarle sin reserva y lleno de alegría "De Qué tamaño es tú
Amor" de Héctor Lavoe.
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