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La primera vez que fuimos a un Burdel

Teníamos alrededor de 12 años y un poco más la primera vez que fuimos a un Burdel. Fue por la época en la que con mis entrañables amigos Santiago Hernando Caldas Guarnizo, Andrés Felipe y Juan Carlos Quintero Caldas, nos quedábamos hasta altas horas de la madrugada filosofando de la vida tirados en el asfalto de la calle del barrio donde vivíamos.

Camilo Vargas Sepúlveda ya había abandonado el grupo de tertulia porque contaba con la edad que se necesitaba en Honda para ir a la discoteca las Tecas, y sólo jugaba fútbol con nosotros en las tardes. Alan Reyes Uscategui, perfumado y con el pelo lleno de gel, pasaba por Camilo a eso de las nueve de la noche y juntos se iban a vivir las experiencias nocturnas que al otro día o en la misma madrugada si alcanzábamos a verlos, nos contaban como si fueran 20 años mayores que nosotros.

Francisco Alberto Muñoz Corzo, más conocido como ‘Corcho’, nos acompañaba eventualmente después de los partidos a discutir las miles de hipótesis que se nos ocurrían acerca de la existencia y el comportamiento humano y femenino, pero como no vivía en el barrio, tenía que irse un poco más temprano en las noches y se perdía las historias de las madrugadas donde imaginábamos que en cualquier momento podría aparecer una procesión religiosa de la nada en las calles desiertas del pueblo. Creíamos que se iban a asomar en la oscuridad mujeres con mantas blancas en sus cabezas, sosteniendo largos velones prendidos y rosarios en las manos, y entonando esos cantos eclesiásticos que asustan. Eso nos aterrorizaba tanto como la bruja que rondaba el barrio y la que mataron porque perseguía a Santiago, o como la historia trágica de Omaira y sus ojos negros de petróleo.

Eran días fantásticos donde no nos preocupaban muchas cosas, entre esas aprender a bailar, y en los que nos divertíamos desde muy temprano hasta muy tarde, practicando patinaje extremo, montando cicla hasta el balneario ‘La Picota’ en donde hacíamos arriesgados saltos desde los “altos” riscos llamados ‘Las cajas’ hasta al agua. Asistíamos constantemente al parque acuático ‘Los Toboganes’, lugar del que los salvavidas nos tenían que sacar a las malas porque nosotros seguíamos tirándonos por los resbaladeros cuando ya habían cerrado el establecimiento y habían apagado el agua. También jugábamos a la pelota e íbamos a las “Casas del Terror” que generaciones mayores creaban para generar ingresos que les costeara ‘la lora’ (Diversión). No entrabamos a asustarnos sino a darles patadas a las personas que salían disfrazadas y a untarlos de polvo ‘pica pica’ que vendían en los negocios de las artesanías que los comerciantes foráneos instalaban cerca de la iglesia del Carmen de Honda en meses estratégicos como el de los Carnavales, la Subienda o diciembre.

Justamente fue en el último mes del año en que mis amigos y yo decidimos ir a un burdel. No recuerdo de dónde nació la idea, pero tal vez estuvo relacionada con alguna conversación nocturna o con la curiosidad de tocarle el culo a una mujer sin ropa.

El hecho es que planeamos el evento como si se tratara de una fiesta muy importante o una reunión de negocios decisiva. Caldas, los Quintero, ‘Corcho’ y yo teníamos todo listo. Invitamos a Juan Camilo Montes Zambrano para que nos acompañara. A él casi no le gustaba el plan de las tertulias y esos días prefería hacer otras cosas, sin embargo no dudó un solo segundo en aceptar la aventura que le habíamos propuesto.

No recuerdo el día exacto de la semana, pero sí que fuimos temprano, a las nueve de la noche. Nos arreglamos como si fuéramos a recibir el año nuevo. Con nuestras mejores ropas nos acicalamos, nos peinamos y nos llenamos de loción. Yo recuerdo que estaba nervioso y ansioso. Mientras me vestía pensaba en qué le iba a decir a mis papás para justificar mi pinta y el exceso de olor a 360 Perry Ellis. Fue precisamente a mi madre a la que tuve que enfrentar para pedirle dinero para poder salir.

-¿Diez mil pesos? ¿Acaso para dónde van? - Me preguntaba mi mamá sorprendida después de mi solicitud. En esa época, lo máximo que me daban al día eran dos mil pesos y la cifra que yo le pedía implicaba un adelanto de cinco días.

No he sido muy bueno diciéndole mentiras a mi madre, así que como el 90% de las veces, le conté la verdad, le dije que me iba para un burdel.

-Coja seriedad Carlos Andrés que usted ya está muy grande pa’ decir tantas maricadas-  decía mi mamá con un poco de molestia porque pensaba que le estaba tomando el pelo. Lo curioso es que hoy, 14 años después, ella sigue diciéndome la misma frase en varias oportunidades.

Al final pude convencerla de que me regalara el dinero, pero jamás de la verdad. Ella se conformó con pensar que íbamos a salir con unas amigas y no queríamos contar por pena.

Nos encontramos en la esquina del barrio, donde siempre. Yo vi a mis amigos con sus mejores galas, sonrientes, como si fueran a conquistar novia. Tomamos un taxi al que le rogamos que nos llevara a todos para no tener que tomar dos y llegamos a ‘Video Show’. Es un burdel que todavía está vigente y que existía desde hace rato. Tiene una fachada de mal aspecto y la entrada es por un garaje negro y oxidado que abren hasta la mitad cuando uno ingresa o va a salir.

Adentro, el lugar estaba casi a oscuras y sonaba una música alborotada que nos trastabillaba los oídos. Estábamos ahí en ese lugar recóndito, ‘Corcho’, Juan Camilo, Andrés, Santiago y yo. Juan Carlos no fue con nosotros porque era menor y nos pareció que podía poner en riesgo nuestra entrada al lugar.

Se nos acercó un gordo que de inmediato se dio cuenta de los nervios que transpirábamos y de lo inexpertos, vírgenes y torpes que éramos en ese lugar desconocido. Se carcajeó y nos preguntó - ¿Qué vienen a buscar los niños?-

Nosotros sacamos nuestras voces de hombres y le hicimos saber que queríamos ver un show.

-Me llegó un material nuevo que les puedo compartir. Son ‘chinitas` que están estrenando kilometraje- nos dijo aquel hombre que se notaba que llevaba toda a vida haciendo lo mismo.

Hicimos un conceso y elegimos a la mujer que nos pareció más hermosa. El gordo la mandó a cambiarse, nos pidió que lo siguiéramos y nos llevó a la mesa que me pareció la más solitaria del mundo.

 –Esperen a la niña aquí mientras que ella se alista y se cambia. Son diez mil por el show ¿Van a pedir algo de tomar?- Cada uno de nosotros pidió tímidamente una cerveza que llegó primero que nuestra putita.

Mientras esperábamos el show casi no hablamos. Todos mirábamos para los lados detallando la pocilga en la que habíamos entrado y preguntándonos cómo algunos hombres podrían pagarle por sexo a mujeres tan gordas, feas y viejas y cómo una mujer llegaba a convertirse en eso por dinero, olvidando por un momento que es uno de los oficios más viejos de todos.

‘Corcho’ y Andrés se notaban nerviosos, Santiago y Juan Camilo, inquietos. Yo comencé a deprimirme, aunque nunca les conté ese sentimiento a mis amigos sino hasta mucho después. Me pareció crudo y cruel le hecho de ver como una mujer se reducía al cambio de un billete. En un segundo sentí un vacío profundo que intenté disimular con esfuerzo.

Cuando nuestra ansiedad no podía más, apareció nuestra putita. Su nombre era Francy y apenas tenía 17 años. Era de Pereira y había llegado a Honda justo la noche anterior procedente de La Dorada porque el gordo la fue a recoger junto a otras compañeras. Recuerdo que nos contó que no llevaba más de un mes trabajando pero a mí me pareció que incluso llevaba mucho menos por lo nerviosa que se veía.

Comenzó a sonar un ‘Techno’ de esos que tienen los beats que a DJ Tiesto le encanta utilizar en sus canciones y nuestra putita comenzó a bailar tímidamente. A medida que el ritmo iba aumentando, Francy se dejaba llevar por el sonido y comenzaba a descubrirse su piel.

Era de tez blanca, de unos 1,68 m, cabello negro, ojos grandes, cara refinada y tenía un pequeño arete en su nariz puntiaguda. Olía a polvos y aceite de bebé y como dijo Andrés “muy en el fondo a jabón barato” y a colchón sudado.

Yo me dejé maravillar por su baile, olvidándome de la música que me fastidiaba. En un momento pensé en que estaba completamente solo con ella enamorándome de su figura perfecta danzar en el aire. En lo obscuro, yo alcanzaba a percibir de manera morbosa sus maravillosos senos que bien cabían en la palma de una mano y que contaban con el poder de su juventud. Su vientre era plano, sus nalgas firmes y perfectamente dibujadas, sus piernas estilizadas y su vagina cerrada y con tan solo un poquito de vello en forma casi de triángulo.

Comencé a sentir rabia con el tiempo porque sabía que aquella mujer, la primera que vimos en nuestras vidas masturbarse en vivo y en directo, iba muy pronto a dejar de tener esa pieza angelical con alma de diabla y se iba a parecer a las otras putas feas, gordas y viejas que estaban en el burdel.

Creo que todos estaban sintiendo lo mismo, hipnotizados en el movimiento de sus dedos mientras rozaba su clítoris, querían que fuera de cada uno de ellos y de nadie más. Se veían dispuestos a perdónale todas las veces que ella había hecho lo mismo frente a tantos ojos, a olvidar el número de veces que ella había tenido dentro un hombre y yo también pensaba lo mismo.

Andrés tuvo que sacar sus gafas para poder ver bien en medio de la oscuridad y el humo que soltaban en ese antro. “Me demoré en sacar las gafas porque me parecía anti sexy y yo quería verme bien para ella, quería que fuera mi novia”, me confiesa mi amigo 14 años después.

Fue un rotundo hecho que la chica nos encantó. Sentimos nostalgia cuando el espectáculo terminó y la vimos recoger sus cosas para marcharse. Así que decididamente pedimos que Francy se nos desnudara otra vez y como si fuéramos unos mercaderes del amor con mucha experiencia, negociamos el segundo show para que no lo dejaran en siete mil pesos.

Francy comenzó nuevamente a bailar, pero esta vez su magia no nos embrujó. Creo que de la manera más efímera superamos lo que nos produjo su primer baile y en este ya no quisimos sólo observar, sino tocar también.

Recuerdo que aunque esa era una de las reglas del establecimiento, “No tocar a las niñas a menos de que vaya a pagar polvo”, Francy estuvo de acuerdo en que la tocáramos y se sentía a gusto. Tal vez disfrutaba de nuestra inexperiencia en el tema, o se sentía refugiada porque aunque lo hacía muy bien, también era inexperta como puta.

Cada uno de nosotros tuvo un instante con un pedazo de su cuerpo. Cuando se acercó a mi pude sentir su olor, su sudor frío y la vi de cerca. Tenía la mirada hacía el piso y se mordía de cuando en vez sus provocativos labios mal pintados con colorete rojo extravagante.

Puso sus dos manos sobre mis hombros y noté que estaba temblando, se me sentó en las piernas de frente, dejando inclinados sus pies con sus tacones, que era lo único que tenía puesto, en el mueble donde yo estaba y comenzó a pararse lentamente con su baile erótico. Cuando ya estuvo de pie y yo pude verla en todo su esplendor, hundí dos dedos de mi mano derecha en su vagina, ella con su mano comenzó a mover mi brazo de un lado a otro y en cuestión de instantes retiró mis dedos de su templo y se fue en busca de provocar deseo a un amigo mío.  

A las once de la noche salimos de ‘Video Show`, tomamos otro taxi rogándole que nos llevara a todos para no tener que tomar dos, y escapamos del lugar como si nos estuvieran persiguiendo. Llegamos al barrio invadidos de adrenalina y nos sumergimos en una larga tertulia sobre ese momento, el día que fuimos por primera vez a un burdel.


Comentarios

  1. La mayoria de veces , los jovenes esperan cumplir la mayoria de edad para poder ir a un prostibulo, aqui te dejo un link para que te vuelvas experto. www.grandesprostibulos.wordpress.com

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