¿A dónde vas? Le preguntó somnolienta y frotándose los ojos. ¿Vas por un café?-No voy por un café, voy al baño- respondió él con su voz
ronca y como si pasara flema.
La mañana estaba fría y la luz del Sol no asomaba ni por
descuido. El cielo curtido de nubarrones negras parecía cerrarse cada vez más y
el viento que descendía desde las colinas presagiaba un fuerte aguacero.
Era un
día más de los muchos en que los que la esperanza parecía no tener vida y las
ganas de los habitantes de la ciudad sólo hacía parte de una vieja leyenda.
A dos cuadras de la casa un anciano acostado en la calle
tarareaba una vieja y conocida melodía que ellos alcanzaban a escuchar con
desazón pues a él no le traía buenos recuerdos.
-¿Quieres un café? Preguntó él mientras buscaba las
pantuflas. – ¡Claro!- Contestó ella con un poco más de energía.- Hoy quiero un café
más que nunca-. Él tenía que complacerla, la noche anterior habían discutido
por culpa de una falla suya y sabía que tenía que atenderla para suavizarla.
Casemiro se paseó el
pasillo de la casa y pudo observar la tristeza de su jardín interior en las
flores que yacían marchitas en todo el terreno. Pese al desastre que presenciaba
y que confrontaba con los recuerdos de lo que por otros días era un patío
alegre y hermoso, no se conmovía.
Las rodillas comenzaron a dolerle porque el frío era insoportable
y buscó con afán una cuchara para servir el café. Puso a calentar el agua y
cuando fue en busca del recipiente donde guardaba la infusión, se dio cuenta
que se había terminado.
Salió de su casa tal cual estaba vestido, pese al clima insoportable
decidió ir a comprar un nuevo tarro de café sin avisarle a ella para que no se
preocupara. Al caminar dos cuadras se topó con el anciano que seguía tarareando
la canción que no le gustaba. El vagabundo estaba tirado encima de una pila de
cartones y tenía puesto un viejo y sucio gorro de lana gris que mostraba
algunos rotos y mucho deterioro. Era de tez morena, y cargaba con una extensa y
poblada barba, no tenía dientes y sólo tenía bien un ojo donde se le podía ver
todo el desconsuelo. Casemiro lo ignoró,
lo odiaba tanto como odiaba la melodía que el callejero pregonaba, y al pasar
sin mirarlo, Casemiro no se fijó que el viejo estaba casi congelado por la baja
temperatura y cantaba para concentrase en otra cosa.
Cuando Casemiro llegó a la tienda esta todavía no había abierto.
Afuera del negocio estaban varias bolsas de basura olvidadas por el servicio que
las recoge y de las que se comenzaban a desprender un fétido olor. De repente un
tímido rocío comenzó a caer avisando que la tormenta se avecinaba.
Doña Rosa, la dueña de la tienda, estaba barriendo su local
antes de abrirlo y pudo notar al cliente esperando afuera. Se asomó por la
ventana y le preguntó displicentemente qué quería. Casemiro pidió un tarrito de
café. – ¿Trae suelto? Preguntó Doña Rosa- Porque es la primera venta y no tengo
vueltas-. Casemiro entonces se dio
cuenta que no había llevado la plata por salir de afán y en pijama y tuvo que
devolverse a su casa.
En el regreso volvió a toparse con el anciano que no dejaba
de cantar esa canción que a él le molestaba y su impaciencia fue incrementando
porque la mañana estaba gris y fría, le dolían las rodillas y su esposa quería tomar
café más que nunca, pero él había
olvidado llevar el dinero para comprarlo y se tuvo que devolver para sacar la
plata, para nuevamente tener que volver a la tienda, pasar por el mismo lado y encontrarse
otra vez con el “maldito” anciano que no paraba de cantar.
Casemiro halló el dinero en el pantalón que la noche
anterior había usado,salió nuevamente de su vivienda y caminó rápidamente hacía
el negocio. En el camino se topó nuevamente con el viejo, llegó a la tienda que
ya estaba abierta y compró el tarrito de café. De regreso quiso acelerar un
poco más el paso pero como le dolían las rodillas perdió el equilibrio y se fue
al piso. Al caer, el tarrito de café que llevaba se le salió de las manos y se estrelló con el asfalto rompiéndose.
Casemiro se raspó las plantas de las manos mientras el viejo
vagabundo se reía de su desdicha y las carcajadas enfurecieron más y más a
Casemiro que se paró de un solo envión y regresó a la casa por más dinero para
comprar otro tarrito de café.
“Estoy condenado a este trayecto de por vida, de mi casa a
la tienda y de la tienda a mi casa, y estoy condenado a este insoportable vagabundo
que no deja de cantar y que ahora ha tenido el descaro de reírse de mi
desgracia. ¿Qué tal? ¿Desde cuándo se tiene derecho a ser tan atrevido? Fuera
que no deja dormir con su sonsonete desde temprano, huele y luce detestable,
ahora tiene el valor de venirse a reír de mi tropiezo y yo tengo que volver a
pasar por donde ese cretino miserable…..” todo eso se decía Casemiro
refunfuñado mientras repetía por tercera vez la ruta.
El aguacero no aguantó más y comenzó a caerse después de que
Casemiro saliera de la tienda con un nuevo tarro de café. Las gotas comenzaron a desprenderse de los nubarrones y a caer con violencia hacía el
piso golpeando sin piedad todo lo que se encontraban en su camino. La cabeza de
Casemiro sintió la furia del agua que además de lastimarlo comenzó a empaparlo velozmente
mientras regresaba a su hogar. Esta vez en el camino el anciano ya no estaba y
sólo quedaron tirados los cartones donde reposaba.
Llegó a la casa y mientras abría la puerta el tarrito
se le resbaló porque tenía las manos mojadas y cayó al piso. El vidrio del
empaque alcanzó a quebrarse pero esta vez no se rompió “le caía la madre donde
se hubiera roto” refunfuñó.
Fue a la cocina y encontró un escandaloso humo que la
nublaba toda. Entró preocupado para averiguar de qué se trataba y notó que el
agua que había puesto a calentar se había evaporado y la olla comenzó a
quemarse. Tuvo que apagar rápidamente el fogón y con varios trapos
dispersar el humo, coger la olla y votarla al patio para que se enfriara con la
fuerte lluvia que caía. Los pétalos de las flores muertas se destrozaban con
cada desplome de las gotas y la tierra salpicaba las paredes ensuciándolas.
Cogió otra olla y puso a calentar agua nuevamente, tuvo
listo dos pocillos y preparó finalmente el café que tanto había anhelado. Cuando
llegó al cuarto su mujer dormía plácidamente. Tosió para despertarla pero ella no
entendió el mensaje.-Teresa- Le dijo Casemiro con su voz ronca –Te traje el
café-.
Teresa despertó lentamente, estaba de espaldas a Casemiro y
se fue volteando con mucha parsimonia. Lo miró un poco desorbitada con un ojo
abierto y otro cerrado, su esposo estaba parado mirándola, con la cabeza mojada
y sosteniendo dos tasas y ella le dijo- Ya no quiero café, el día está haciendo
como para chocolate-.
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