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Yo también boté el último penal en una final




La vida escolar puede marcar a muchas personas con algún tipo de trauma. Algunos de nosotros cargamos con recuerdos dolorosos que quedaron grabados durante esos años cruciales. Pueden ser experiencias como el hecho de ser un poco más rellenitos y soportar burlas, lidiar con dificultades para hacer amigos o encontrar pareja, o incluso ser víctimas de matoneo por parte de los abusones que siempre pululan por ahí. Los casos son tantos que sería imposible enumerarlos todos; sin embargo, prefiero contarles el mío propio.

Aunque el colegio me dejó varios traumas, ninguno afectó tanto como aquel que quedó marcado en mi memoria cuando fallé el último penal en la final del Inter-Cursos. Fue el último partido que jugué con mi increíble equipo en los últimos días del Colegio Nacional Integrado, que, para mi sorpresa, ahora tiene un nombre diferente cada vez que pregunto por él.

El año en que terminé el bachillerato fue el 2002. Desde el grado sexto, e incluso desde párvulos, estudié junto a muchos de mis compañeros, quienes ahora son mis amigos más queridos. Desde aquellos días en el Colegio Jardín de María, empezamos a armar un grupo de futbolistas. Aunque nunca fuimos una potencia, siempre amamos el balón, a pesar de que en primaria no destacábamos mucho.

Afortunadamente, mi amor por el fútbol siempre contó con el apoyo de mi abuelo y mis padres. A temprana edad, me inscribieron en la escuela de fútbol "El Luenca". Allí, el profesor Castillo, un hombre bonachón y bigotudo, me enseñó los conceptos básicos del calentamiento físico. Aunque el equipo no tuvo mucho éxito en los torneos, yo seguí adelante con mi pasión y me uní a Los Puentes Fútbol Club, el mejor equipo del momento, aunque yo no era precisamente un crack.

Fue en Los Puentes donde coincidí con Henry Alberto Mesa Salcedo, un gran amigo y socio futbolístico con quien me entendía a la perfección en la cancha. También estaba Francisco Javier Manjarrez, un luchador incansable. Bajo la dirección del profesor Guillermo "Chino" Díaz, nuestro nivel mejoró, aunque el mío no se comparaba con el de algunos talentosos jugadores de esa época. A pesar de ello, mi dedicación y asistencia constante a los entrenamientos me permitieron ser considerado de vez en cuando para algunos partidos, incluyendo algunos de la Liga Departamental, donde formé parte del equipo campeón, aunque no pude viajar a la final en Ibagué. Pero esa es otra historia.

El tiempo en Los Puentes me permitió mejorar mi comprensión del juego. Empecé como defensa central, recorrí todas las líneas del campo y terminé siendo delantero, el número 9 de mi equipo.

La amistad que cultivé con Mesa y Pacho, a lo largo de los años que jugamos juntos en el Colegio Jardín de María, Los Puentes y en la calle, nos hacía sentir confiados de que comenzaríamos un ciclo glorioso y lleno de títulos en nuestro nuevo colegio. Estuvimos cerca de ganar el primer campeonato, incluso en nuestro primer año, pero perdimos la final contra nuestros acérrimos rivales, los chicos del séptimo A, con quienes siempre teníamos encuentros clásicos.

A partir de ese momento, el equipo del salón se convirtió en nuestra prioridad. Nos preocupábamos por cada detalle, desde el uniforme que vestiríamos hasta la estrategia que usaríamos y la forma de celebrar nuestros triunfos. Santiago Rocha, un excelente dibujante, se encargaba de diseñar las camisetas que mandábamos a coser y que renovábamos cada año. Incluso, en una ocasión, logramos que una lotería nos patrocinara unos bonitos uniformes morados con cuello en V cuando pasamos al noveno grado.

Nos entrenábamos arduamente en la cancha del Parque Bavaria, que cariñosamente llamábamos "El Santiago Bernabéu". También nos enfrentábamos a otros equipos en competencias como el Inter Barrios, y teníamos intensos clásicos contra los chicos del Colegio Bilingüe.

Aunque no siempre tuvimos éxito en el bachillerato, fuimos uno de los equipos más carismáticos, si no el más carismático de todos. Nuestro juego era estupendo, con un toque exquisito y un estilo aguerrido y luchador.

Henry Mesa era un experto en gambetas precisas y velocidad. Un jugador íntegro, que amaba la camiseta y tenía un disparo poderoso. Pacho Manjarrez representaba la garra y, cuando se inspiraba, era imparable; siempre dejaba el alma y el corazón en cada partido, excepto cuando tenía asuntos de faldas pendientes.

"Timothy" era otro de nuestros guerreros, siempre presente y habilidoso. Y, por supuesto, nuestro arquero "Corcho", quien después de décimo cambió al Colegio Bilingüe. Luego llegó Cristian Vergara en los últimos dos años, y aunque era un tanto individualista, logró encajar en el equipo. Por mi parte, a veces me dejaba llevar por la pasión y terminaba expulsado, pero también me entregaba al máximo, jugaba bien por alto, hacía de pivote y tenía un buen disparo.

Debido a nuestras personalidades y a nuestras payasadas, siempre hacíamos reír a todos durante los recreos. La gente siempre nos acompañaba en los partidos, y si hubiéramos cobrado entrada en esa época, ¡seguro hubiéramos sido los más taquilleros! La mayoría de nuestros seguidores eran chicas, pero también había chicos de primaria que nos alentaban con entusiasmo.

Las derrotas nos llenaban de desilusión, pero sabíamos que lo dimos todo. Si la cagábamos, nos lamentábamos durante meses. Sin embargo, fue en Once A cuando realmente desplegamos nuestro mejor fútbol. Tal vez porque sabíamos que era nuestro último año y no queríamos dejar pasar la oportunidad de conseguir un campeonato.

Comenzamos el torneo muy bien, ganando el primer partido 5-1 y el segundo 3-0. No recuerdo muy bien cómo terminó el tercer partido, pero sé que también ganamos, lo que nos clasificó como líderesdel grupo. La competencia estaba conformada por dos grupos de cuatro equipos, abarcando desde noveno hasta onceavo grado. Llegamos a la final después de vencer en las semifinales al equipo 9A, que contaba con jóvenes talentos como "Cachorro" y "Pelo de Momia". Ese día, tuve el honor de marcar dos goles, sumando así cuatro en total, quedando detrás de Cristian Vergara, quien llevaba seis, y empatado con Mesa.

La final nos enfrentaba a nuestros archirrivales de toda la vida, el equipo 10A. Pero yo estaba confiado en nuestro buen nivel y en nuestras posibilidades. El día del partido decisivo amaneció soleado y despejado, típico de los días en Honda Tolima, el lugar donde nos jugaríamos la historia. Conscientes de que estábamos ante un equipo de alto nivel, salimos a la cancha dispuestos a darlo todo.

El primer tiempo transcurrió con acciones parejas. En un tiro de esquina a favor nuestro, Cristian centró el balón, la defensa rival rechazó y la pelota cayó en el pecho de Mesa, quien la controló con elegancia y ejecutó un poderoso disparo de zurda que se coló en el ángulo del arco custodiado por Luis Bohórquez. Fue un golazo que nos llenó de emoción y nos hizo gritar y llorar de alegría. Mesa vino a abrazarme, aunque yo estaba en la banca, y con Pacho Manjarrez nos fundimos en un abrazo interminable, inmersos en un éxtasis de júbilo, porque nuestro sueño estaba cerca.

En el segundo tiempo, ingresé al campo y nos mostramos más cautelosos, protegiendo el resultado y buscando un espacio para marcar el segundo gol. Sabíamos que nuestro rival contaba con jugadores de gran poder ofensivo y una defensa sólida. No podíamos permitirnos distracciones.

Sin embargo, Cristian comenzó a perder el rumbo, intentaba hacer de más, buscando asegurar el título de goleador. No soltaba el balón y descuidaba sus responsabilidades defensivas. Le pedimos que dejara el campo para que ingresara Marco Antonio, pero se negó. Faltaba poco para lograr la hazaña cuando Pacho subió a rematar de cabeza un tiro de esquina, dejando su posición desprotegida y sin relevo. En ese momento, "Oscar la Negra", que aún conservaba energías tras haber corrido todo el partido, aprovechó el espacio y venció a "Timothy", dibujando en nuestros rostros una expresión de desesperanza. El marcador quedó empatado 1-1 y la definición por penales era inevitable.

Nuestro primer cobrador, Cristian, envió el balón por los aires. Los siguientes penales fueron acertados por ambas partes, hasta que llegó mi turno, el quinto. No podía fallar, todos los presentes en el Colegio Nacional Integrado, mis amigos, compañeros e incluso el profesor de educación física, observaban cada uno de mis movimientos desde el centro del campo hasta el punto donde definiría la distancia de la pelota al arco.

Tomé el balón y lo besé, una de mis cábalas. Luego, me unté las manos con la tierra del campo, otra superstición más. Miré al árbitro y le guiñé un ojo. Después, me agarré la cintura con ambas manos y comencé a caminar en reversa unos pasos. Volteé a la tribuna, donde estaban la bella Diana Marcela Bustamante, Ingrid Olarte, Santiago Rocha, Nair Jassir, Diego Montenegro y los demás compañeros del salón. Al otro lado, estaba la hermosa Luisa Santa Cruz, Juanita Suárez y su grupo de amigas.

Miré al arquero, Luis Bohórquez, quien sonreía, me envió un beso al aire y después señaló el suelo. Pensé en mi perro bóxer fallecido, Lucas, y me lancé con furia a patear el balón, eligiendo el centro como recomendaban siempre. Pero el portero se quedó parado, metió los puños y desvió el disparo, que golpeó en el travesaño y se fue a quién sabe dónde, llevándose consigo las esperanzas de todo un curso, de todo un equipo, de tantos años de sueños e ilusiones de ser campeones.

Me tiré al suelo llorando, mientras mis adversarios pasaban celebrando y gritando de alegría. Mis amigos vinieron a levantarme también con lágrimas en los ojos. Entramos al camerino con la más grande de las vergüenzas y nadie pudo consolarnos.

Han pasado 12 años y hay noches en las que no dejo de pensar en ese día. Cada vez extraño más a mi querido equipo, que aunque no ganó ningún título, se quedó para siempre en lo profundo de mi corazón. A pesar del dolor, los recuerdos de aquellos días en los que viví mi pasión por el fútbol con mis amigos son algo que atesoro y aprecio en lo más profundo de mi ser. A veces, me pregunto cómo hubieran sido las cosas si aquel balón hubiera entrado en la portería, pero sé que el verdadero valor está en la experiencia y la amistad que construimos durante esos años. Eso, nadie nos lo podrá quitar.


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