Y este era un simple hombre de un gran carácter, que de repente se dio cuenta de la habilidad que tenía: contar historias.
Podía relatar de maneras hermosas cientos de historias distintas que divertían a sus conocidos y su fama de cuentero se fue expandiendo.
Un día, al lugar donde el contador de historias estaba hablando de una travesía que había hecho por un cementerio, llegó una hermosa rubia de ojos miel y mirada penetrante.
Ella se quedó fascinada con cada bocanada de frases que salían del contador, palabra tras palabra traspasaban sus oídos convirtiéndose en música para su alma.
Se volvió su seguidora más fiel, no podía evitar mirarlo y dejarse envolver por aquel hombre. El contador comenzó a darse cuenta de la presencia de aquella dama y también se entusiasmó.
Entonces, al finalizar una presentación del contador de historias, la hermosa rubia se le acercó y ambos coquetearon descaradamente, sin tapujos y con el frenesí del amor alborotado.
No hubo filtro alguno de parte y parte, ellos se entregaron con ninguna reserva y se sumergieron en el mar que formaron sus cuerpos.
Encantados, en el mundo que había creado la adrenalina, regresaron de a poco a la realidad. Ella vio entonces lo que había hecho y salió apurada cuando escuchó pasar unos caballos galopar.
La muchacha de ojos miel nunca más volvió después de ese día a visitar al contador de historias, que vio como su corazón se arrugaba sin capacidad de reacción torturado por el amargo recuerdo del amor fugaz.
Tiempo después, aquella hermosa rubia una tarde de verano pasó en un coche, elegante y radiante y rodeada de sirvientes. A su lado, un caballero de alta alcurnia divisiva el lugar con ínfulas de Conde, era su prometido.
Atrás venía otro coche en donde viajaban sus padres que celebraban el paso victorioso de la pareja que se sentía mejor que la muchedumbre.
El contador de historias observaba con desconsuelo el evento y trataba de contener las lágrimas que comenzaban a ahogarlo. - "Es por eso que jamás vino de nuevo, porque no soy así".
Un niño se le acercó y le dijo -"Eres más agradable y tienes mejor corazón que ese petulante caballero, solo que los halagos que recibes no pagan esos carruajes y esos lujos que aquella hermosa rubia está acostumbrada a tener, mientras que el caballero, que pocos halagos debe recibir, tiene monedas de oro de sobra para comparar su felicidad".
Entonces el contador de historias no aguantó más y rompió en llanto, y se dio cuenta de que al final, pese a ser él el que entretiene y hace feliz a la gente, sólo se queda con su soledad pues no tenía nada más que brindar que el amor en su corazón.
-" La soledad del poder, se parece mucho a la soledad del escritor ". Gabo.
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