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El pulpo


Una chica hermosa siempre va a tener problemas para hacer amigos y amigas de verdad. Uno de los más frecuentes será la envidia de las otras chicas, que en sus naturalezas vanidosas, no serán jamás objetivas con las bellas, a menos claro está, que éstas sean extremadamente hermosas también o inteligentes, o tengan la magnífica suerte de poseer las dos características por igual.

Y por el lado de los hombres si acaso vale la pena mencionarlo para no sonar tan repetitivo y evidente, por supuesto a las bellas les va a ser muy difícil tener un amigo de verdad desde este sector, uno que no esté esperando el momento más oportuno o inoportuno para tratar de cerrar un trato que solo ellos (los hombres), la mayoría de veces tienen en su cabeza que se debe cerrar. Al principio se mostrarán compresivos, pero su naturaleza, su incontrolable naturaleza y su testosterona, no aguantarán mucho para comenzar a reclamar un terreno. Es todo un infortunio para ellas, para las bellas.

Así que, aunque parezca un fastidioso cliché, y ralle en la inaceptable conducta del paradigma, casi siempre los mejores amigos de las chicas hermosas son y serán hombres homosexuales. También existen, en muy pequeñas proporciones, amigas mujeres, que son obviamente, personas muy inteligentes que les restan importancia a las características físicas de otras mujeres y no se sienten opacadas por esto si no las poseen por igual. Son tan encantadoras, que con su sola personalidad pueden despertarle celos fácilmente incluso a una Miss Universo. Y cabe mencionar, que en excepciones muy escasas, existen amigos hombres de verdad, pero la mayoría de ellos son feos y  han perdido todas las esperanzas de un romance amoroso.

Martina era tan encantadora con su personalidad como con su belleza y podría despertarle celos hasta la misma luna llena en noches de verano. Tenía una sonrisa grande y tan expresiva, que fácilmente podría acaparar la atención de toda una sala de corredores de bolsa abarrotada y ocupada en una hora pico de transacciones importantes, con tan solo soltar una de sus carcajadas.

Sus movimientos también desviaban la atención de cualquiera, pues sus caderas y su pelo negro y liso, hacían movimientos tan coordinados y precisos cuando caminaba, que parecían ensayados previamente. Era toda una belleza espontánea desde luego, porque las cosas realmente hermosas no intentan llamar la atención.

Su cara era una tremenda combinación de perfección entre sus ojos, sus cejas, su nariz y su boca. Su voz era tan dulce que siempre obligaba al oído a seguir cada palabra que pronunciaba y a veces dejaba escapar pequeños quejidos involuntariamente, que enloquecían a cualquiera que los escuchara. La mirada, por Dios, la mirada de Martina era una cosa de escándalo, camaleónica y en ocasiones, cuando ella postraba sus ojos miel sobre alguien, daba la impresión que estaba mirando una santidad y a la vez un demonio travieso.

Tal vez por eso, y por su inigualable manera de ser, las personas llegaban a confundirse con ella. Era tan agradable y espontánea con todo el mundo, que cualquiera que la tratara se podía sentir querido con tan solo saludarla.

Así la conoció Geman, una tarde de noviembre mientras caía una fuerte lluvia en la ciudad. Ambos llegaron al mismo lugar, citados por amigos en común que nunca iban a llegar. Después de una hora y cuando los dos se percataron que estaban esperando a las mismas personas, decidieron saludarse para consolar el sentimiento que producen los incumplimientos.

- Con que a ti también te dijeron que a las cinco de la tarde- Dijo Martina con una encantadora tristeza mientras cerraba un paraguas.
- Así es- respondió German incrédulo de que estaba hablando con aquella chica y feliz de que las personas a las que esperaban no hubieran cumplido la cita.

Como Martina y German no tenían nada más que hacer aquel día, prosiguieron con el plan ejecutado antes pese a la ausencia de sus amigos. Ninguno de los dos sabía que el otro iría y les pareció una extraña y grandiosa coincidencia poder encontrase allí y de esa manera. Bebieron toda la noche Gin Tonics y se cayeron muy simpático mutuamente.

Debo confesar que sentí celos de esa situación, me hubiera gustado haber podido conocer a Martina de esa manera, que la vida la hubiera traído a mí como una corriente de aire que pega en la cara de un descuidado transeúnte. Sin embargo, y de todas maneras, había tenido la fortuna de conocerla, así hubiera sido en el infierno que era mi anterior trabajo.

Después de esa tarde lluviosa de noviembre, Martina y German siguieron frecuentándose, a veces los dos solos nada más y a veces con los amigos que nunca llegaron ese día. Su relación de amistad avanzó con la rapidez que florecen las flores en primavera y ella era especialmente dulce con él, como con cualquiera al que quisiera. Algo que German no supo interpretar.

Por esos días Martina y yo no hablábamos. De hecho, cuando conoció a German, ya me había dejado de hablar hace algún buen tiempo. Me había sacado molesta de su vida, porque algo que a ella sí le sobraba, era orgullo. Era excelente perdonando los errores de los demás, pero cuando alguien a quien ella quería la ofendía, podía pasar un año sin determinarlo fácilmente hasta que se le pasara el mal genio. “Soy difícil de sanar” solía decir. Yo la ofendí, con la inocente e irracional excusa de querer llamar su atención y recibí la catastrófica y bien merecida consecuencia que implicaba eso.

Los Gin Tocnics, los chistes, las tertulias y las salidas a los lugares de moda, fueron haciendo parte las actividades en conjunto de este nuevo par de amigos. Se la pasaban de maravilla, siempre para arriba y para abajo.

Martina se sentía feliz de conocerlo, de tener un nuevo confidente que la divirtiera y le hablara con desparpajo y sin formalidades, haciéndola sentir cómoda y permitiéndole, por esto y todo los demás, confiar en él.

-¿Seguro no tienes un familiar por allí, un primo lejano o algo así? Te me haces extremadamente cercano y conocido, me recuerdas a alguien que conozco- Repetía siempre Martina en medio de risas y muecas tiernas.
-No tengo a nadie por allí, no sé de dónde sacas eso 'pelada'- respondía German con completo desinterés.

Los días fueron pasando y German fue sintiendo más y más la cercanía de su amiga que le parecía maravillosa e irreal. A veces se quedaba pensando en ella y le gustaba olerse los lugares de su ropa donde ella estuvo recostada y dejó su fragancia cuando no estaba con él. Su cariño por ella se fue transformando y su amor, el que le ofreció al principio como amistad, ya tuvo otras intenciones.

Llegó una noche en la que nuevamente todos, Martina, German y sus amigos en común, salieron a divertirse. En esa ocasión, la hermosa chica protagonista de esta historia, no se sentía con ganas de beber en forma y renunció a la labor de levantar el codo tan solo al segundo Martini. Mientras que por otro lado, su compañero, preso de un deseo camuflado en buenos comportamientos, se embriagó como una cuba a punta de un whisky de gama media.

La fiesta se prendió y German, en un alborote de galán, quiso mostrar sus habilidades de bailarín, pensando que tal vez así pudiera seducir en algún momento a Martina y su impenetrable sentido de dejarse maravillar por cosas como esas.

En el baile, un poco desorbitado y de muy mal aspecto por parte de él, German, preso del licor de mediana calidad y de una confusión que su cerebro no alcanzaba a procesar, quiso poner sus manos sobre el esbelto, delicado y hermoso cuerpo de Martina.

Ella se resistió, intentando escapar de sus garras criminales y abusivas pero él opuso resistencia y pareció mutar en un pulpo. Comenzó a tocarla por todas partes y por todos lados con una eficacia y una velocidad, que parecía tener más de dos manos.

Martina se sintió enclaustrada en medio de un circulo e imaginó estar rodeada de cientos de hombres que se le iban encima hasta quitarle el aire y dejarla acurrucada, sin luz y humillada. Esta sensación hizo que estallara y sacó fuerzas de cada pulgada de su ser para incrustarle un fuerte golpe en la mandíbula a German y enviarlo al suelo.

El pulpo cayó noqueado, como si se tratase de un inexperto y hambriento boxeador que prueba suerte por primera vez en el cuadrilátero para intentar vencer a un colega experimentado, y en vez de eso termina besando la lona, pagando por su avaricia irracional y convirtiendo su miseria en algo más difícil de sobrellevar.

- Lo peor de todo es que se me parecía a ti. Porque era dueño de un buen humor y su manera de hablar, de expresarse y sus muecas, se parecían a las tuyas- Me confesó Martina una vez volvió a hablarme.

Quise pensar que tal vez el tipo, ese pulpo, que se había atrevido a poner sus asquerosas y sucias manos untadas de whisky de mediana calidad sobre Martina, no tenía nada que ver conmigo en lo absoluto. Me sentía sucio al ser comparado con semejante abusivo. Quise creer que tal vez en alguna frase o acontecimiento ella lo relacionó conmigo y comenzó a hacerse a la idea de que se parecía a mí, para en el fondo pensar que estaba conmigo y así no tener que extrañarme tanto y conservarse fuerte en su decisión de no hablarme; Pero también pensé que tal vez me había vuelto hablar porque al hacerlo podía en el fondo pensar que estaba con él y así no lo tendría que extrañar tanto y se conservaría fuerte en su decisión de no hablarle.

Una vez German se levantó del suelo y le regresó a medias la conciencia, la cabeza le explotó. Martina ya se había ido sin decir una sola palabra a nadie de lo que pasó y despidiéndose rápidamente, los amigos que los acompañaban no entendían lo que había sucedido y por más que indagaron a German, no obtuvieron una sola respuesta de él, pues su vergüenza le pesaba tanto, más que su borrachera, que no podía ni hablar.

German, como un loco de sanatorio, tomó una botella entre sus manos y salió del bar a caminar en la noche. Solo, extraviado e inconsciente, perdió el equilibrio y se fue al asfalto con tan mala fortuna que la botella que tenía le explotó en su mano una vez tocó suelo y los vidrios que salieron volando, le cortaron todos los dedos.

-Karma inmediato- Dije una vez supe lo ocurrido.
-Lo mismo le dijo yo a una amiga- Dijo Martina con triunfalismo -Pero ella me dijo que a cualquier borracho que camine por la calle con una botella en la mano le va a ocurrir lo mismo tarde que temprano y creo que tiene razón- comentó desilusionada.

-¿Por qué siempre me pasa lo mismo? ¿Soy yo, verdad?- Me preguntó Martina desconsolada.
-No eres tú- le dije afanado- No eres tú, es este mundo que aún no está preparado para una perla como tú.

Lo más curioso es que la noche en la que German decidió convertirse en un pulpo, e intentó robar una perla, fue rebanado como se rebana ese animal cuando se va a hacer el sushi y horas antes había cenado eso. Las cicatrices que le van a quedar en los dedos le van enseñar algo más que una fea sensación cuando las contemple.



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