La vida no me ha dado plata (aún) pero sí amigos, y de los
buenos. Y mi mejor amigo (uno de ellos) lo conocí gracias al primer amor de mi
vida, la mujer que me iba a llevar a esa tierra desconocida en ese entonces llamada
´Friendzone’, lugar que ahora conozco perfectamente, tanto que puedo ser guía
turístico.
Pasó hace mucho tiempo ya, como la mayoría de cosas buenas. Yo
apenas andaba estudiando primaria en el colegio Jardín de María. Eran días
donde me ‘pelaban’ todas las canicas y le pedía monedas a mi abuela para
comprar las ‘monitas’ del álbum de los ‘Súper Campeones’ en una casa vieja de
madera que quedaba en toda la esquina del barrio Carrasquilla en Honda, Tolima,
lugar que ahora ocupa el reconocido restaurante ‘Sazón y Son’.
Mis días eran como los de cualquier niño de 9 años. Montar cicla,
jugar a la pelota, hacer planas casi todas la veces antes de salir de clase,
recibir regaños de las profesoras, pelear en los descansos, asistir a fiestas
de cumpleaños y primeras comuniones, acariciar el perro, escuchar las historias
de los abuelos, extrañar a los papás cuando se iban al trabajo, ver series
animadas y hacer amigos.
Pero mi vida iba a cambiar una vez llegó al barrio la
Familia Grisales. El jefe de la familia era un mayor de la Policía que lucía un
bigote grueso y pronunciado. Su esposa Francy, era una mujer con ascendencia
francesa y se le podía notar lo refinada que era a la hora de vestir, más no a
la hora de hablar, pues dejaba escapar ciertos desparpajos que hacían gracia. Juan
Pablo era el niño menor, apenas con cinco años. Había un perro Schnauzer y
estaba Johanna, la bella y encantadora Johanna.
Johanna era una niña sacada de un cuento. Era crespa y lucía
tan bien con su cabello esponjado como cuando traía dos colas pegadas a los
lados de su cabeza. Usaba botas altas, de esas que llegan hasta las canillas, a
veces eran negras y otras veces de color café. Lucía vestidos de cuadros y de
flores. Tenía un rostro angelical con facciones muy finas, como la de su madre,
con alguna que otra peca en sus pómulos. Tenía una piel trigueña y casi dorada y era
sin duda un espectáculo, hermosísima como las nubes de colores.
Me enamoré apenas la vi cruzar y sonreír, pues era la niña
más social del mundo. Me enamoré profundamente y sentía que el pecho se me
quemaba, que dentro de mis manos vivía una colonia de hormigas haciendo escándalo.
Sentí una necesidad inexplicable de tenerla siempre a mi lado y no encontré la
manera de quitarle mi vista de encima, era imposible dejar de verla.
Ese día Santiago Rocha estaba conmigo, pasábamos mucho
tiempo juntos por ese entonces, y nos hicimos amigos de inmediato de aquella
hermosa y nueva vecina.
-¿Quieren ir a la casa a jugar Mario Bross? Tengo el último
juego y está bárbaro. Nos invitó nuestra nueva amiga sin creer que nos tendría
todas y cada una de las tardes posibles en su casa.
Jugábamos Nitendo y nos repasábamos toda la programación de ‘Perubolica’,
como se le llamaba popularmente al servicio de televisión de cable en ese
momento. Carrusel, Agujetas de Color de
Rosa, el Príncipe del Rap, Dragon Ball, Los Power Rangers, los Super Campeones,
el Chavo del ocho, a veces Mi pequeña Traviesa y Candy. Sí Candy: “si me
buscas, tú a mí, me podrás encontrar. Yo te espero aquí sí sí, esté es mi lugar”.
Recuerdo mucho ese dibujo animado porque era el favorito de
Johanna, ella se creía Candy. Se colgaba de los árboles con los pies, dejando
extendido su cuerpo mientras se balanceaba de un lado a otro y su hermano Juan
Pablo, su perro, Santiago y yo, la observábamos mientras los hacía. Ay, eran
días felices, días perfectos.
Pero todo iba a cambiar con la aparición de un personaje al
que le llamaban ‘Tomatico’, porque como era rolo, se le ponían los cachetes
rojos, y como era cachetón, parecía un tómate, pero como era niño y muy tierno,
no le podían decir “tómate” nada más y le pusieron un diminutivo para que
sonara más bonito.
Desde que lo conozco lo han llamado por otra cosa menos por
su nombre. Creo que sus queridos padres perdieron el tiempo en bautizarlo y
buscarle un nombre compuesto, pues si antes lo llamaban así u “Osito”, hoy en
día a ‘Corcho’ pocos lo conocen como Francisco Alberto Muñoz Corzo.
Corcho, por ese entonces ‘Tomatico’, estudiaba en el Liceo
del Rosario, donde también estudiaba mi querida y bella Johana. Por eso y de
repente, comenzó a haber un integrante nuevo en nuestro ‘parche’. Algo que a mí
no me gustó para nada.
Me caía tan mal ese niño. Era presumido y parecía tener esas
ínfulas de creerse mejor que los demás. Siempre andaba vestido como un señor,
con la camisa por dentro y peinado de lado. Sonriéndole a todo el mundo, ofreciéndose
a hacer todo. Rolo pendejo, por qué no te quedaste en la nevera donde no se
notaban esos cachetes rojos.
Pero lo mejor de todo es que yo tampoco era de su agrado. A todos
saludaba con parsimonia, la del cachaco, menos a mí. Me miraba de forma
despectiva cuando me quería decir algo, intentaba dejarme afuera de las conversaciones
hablando siempre de lo que hacían en el Liceo del Rosario y en varias ocasiones
quiso ridiculizarme. Le quería estrellar mis botas en la cara, no lo niego.
Los días fueron pasando y ‘Tomatico’ y Johanna fueron
afianzando su amistad. A veces ya no pasaban tiempo conmigo sino que se iban a
jugar donde Camila y Andrés Arango sin avisar. Era claro que él estaba
enamorado de ella, así como yo, y yo temía que ella se estuviera enamorando de
él y no de mí.
Por todo esto se desató una ridícula guerra por llamar la
atención y por el amor de una niña que ni siquiera estaba interesada en
nosotros, pues sus ojos estaban puestos en Santiago Rocha.
‘Santi’ descubrió sin saberlo uno de los secretos que conmueve
el mundo femenino: ignorarlas. Él lucía tan despreocupado por ella y la trataba
sin contemplaciones, que esto le parecía fascinante. Años después, y con un
gran curso como amigo de varias mujeres, vine a darme cuenta que a las mujeres
les excita que las traten así, pese a añorar un príncipe azul.
Pero Santiago no era así por ser un ‘bad boy’, era así
porque estaba intimidado de lo que sentía por ella y porque no quería demostrar
que eran tres los que dejaban el piso lleno de babas por la niña crespa, de
botas y vestidos de flores.
Pasaron casi dos años en los que todos los días se repetía
lo mismo. Nosotros nos dimos cuenta de que Johanna moría por Santiago, pero
seguimos muriendo por ella e intentándonos matar el uno al otro, hasta que una
tarde, Francy, la mamá de nuestro amor platónico nos comunicó una noticia terrible.
-Niños, quiero que no se pierdan la fiesta de cumpleaños de
Johanna, pues va a ser la última que va a tener con ustedes, al menos aquí en
Honda. A mi esposo lo trasladaron para un nuevo lugar y nos tenemos que mudar
en un par de meses. Ella va a hacer su fiesta y se va para donde sus abuelos en
Neiva porque nosotros vamos a estar ocupados con lo del trasteo. Así que es
casi una despedida.
Sentí que se me rompió el corazón y que el aire se me fue. No
la iba a volver a ver y aunque estaba condenado a ese terrible y despiadado
lugar de la ‘Friendozone’, el hecho de tenerla cerca era un consuelo.
Por esos días viajé a Bogotá con mis papás y ellos me
permitieron escoger un regalo para el cumpleaños de Johanna. Yo seleccioné un
conejo grande que estaba vestido con una jardinera morada, una chocolatina
gigante en forma de corazón y le escribí una carta.
El día de la fiesta le entregué el conejo y al despedirme,
la abrace fuerte, lloré, sentí que algo se desprendía de mí, le entregué la
chocolatina y la carta y me fui pensando que nunca más la iba a volver a ver.
Al mes Francy llegó a mi casa buscando a mi mamá. Después me
llamó a mí y me dijo: “Bueno chino, empaque pues su maleta que nos vamos para
Neiva”. En el camino del viaje la madre
de Johanna me confesó que ella le había preguntado que a quién quería invitar a
la casa de los abuelos y que Johanna no dudo en decir mi nombre. También me
contó que no pasaba una sola noche sin dormir con el conejo que le regalé y que
hasta nombre le puso.
Fue para un San Pedro que llegué a la casa de los abuelos de
Johanna que estaba llena de primos y tíos. Vimos todos los desfiles y disfrutábamos
de las cosas que uno de niño puede disfrutar en las fiestas de San Pedro.
La tarde del domingo nos llevaron al Club y allí, nos
metimos a la piscina. La piscina tenía un enorme tobogán por donde nos
tirábamos uno por uno, yo siempre iba detrás de Johanna, claro está que sin
ninguna malicia, y siempre éramos los últimos en lanzarnos. Cuando ya faltaba
poco para que se acabara el servicio, Johanna no se lanzó, se volteó y me dio
el primer beso de mi vida. No lo recuerdo bien porque el mundo se me movió en
ese instante.
Una vez terminado el puente regresé a Honda. El resto de
tardes fueron tristes, lloraba mucho por ella, la extrañaba y siempre me
sentaba al frente de su casa a recordarla. En una de esas ocasiones me encontré
a ‘Tomatico’ sentado, haciendo lo mismo, con los mismos ojos de tristeza que
los míos, con la misma desolación y angustia. Me senté a su lado y hablé con
él.
Desde entonces, hace 20 años ya, no he dejado de consolarlo
ni él a mí. Corcho es una de las personas más importantes de mi vida y un
hombre lleno de valores, uno con el que me casaría si fuera mujer. Ha estado
conmigo en todas las partes difíciles de este proceso que se llama vivir, mostrando
una lealtad inquebrantable. Me ha dado su apoyo desinteresado y me ha enseñado
mucho con su ejemplo. Hemos superado crisis insuperables en nuestra relación y
estoy seguro que hasta en la otra vida y las que vengan más, será mi amigo y yo
el de él.
Johanna no solo me dejó el primer beso, la primera
experiencia de estar enamorado y de ser enviado a la ‘Friendzone’, también me
dejó a mi mejor amigo y unos recuerdos que me hacen sonreír y llorar. Hoy la busco
como loco por todos lados y no he podido dar con su paradero. Espero que sea
feliz..
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