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La maldición de los Vargas Nieto: Capítulo II 'Fiesta con Manolo'




                                                     Foto: Blog de Ecología y caminatas

La celebración comenzó en un salón de eventos que parecía sacado de un cuento. No tenía paredes, en vez de eso, grandes ventanales de cristal permitían ver toda la ciudad desde la loma. Era un ambiente romántico y la premonición olfativa de Roberto se dio: comenzó a llover fuertemente. Los invitados a la boda entraban lentamente observando el paisaje de fondo y la detallada decoración que las mesas tenían. Allí estaba Manolo Vargas, hermano de Jorge, en medio de todo esto. Colgaba de su cuello una cámara profesional y como si se tratase del anfitrión, recibía a todos los que entraban con abrazos y buenos gestos de cortesía. Cualquier despistado lo hubiera confundido con alguien de logística, pero no, su espíritu era ese, ser organizador de las mejores fiestas.  

A Manolo lo perseguía la fama de fiestero, excéntrico y buena vida. Bonachón y con una inigualable manera de destilar clase, dejaba escapar frases exquisitas a la hora de referirse a buen vino, una buena comida o un buen lugar. Roberto lo vio allí parado lanzando sus ademanes a diestra y siniestra, mientras rogaba en secreto que le tocara en su mesa con aquella chica que lo traía loco.

-Entonces mijito. ¿Cómo va todo? Anda muy elegante usted, dijo Manolo mientras estrechaba la mano de Roberto y lo abrazaba.

-Muy bien. Feliz. Todo anda de maravilla. Les ha salido grandioso el matrimonio.

- ¡Claro que sí! Muchas gracias, y esto solo es el inicio. Deje y verá que comience la fiesta. Hay trago hasta para regalar. La orquesta que traemos es la locura. Esta sin duda va a ser una fiesta épica, para la historia, para la colección de fiestas que tenemos.

Y es que las parrandas de Manolo Vargas no pasaban desapercibidas nunca. Una vez entró a un bar, pidió que le llevaran 5 botellas de aguardiente a la mesa, todas destapadas, y luego invitó a gente a que se sentara con él. Les comenzó a repartir trago, como si hubiera llegado de alguna especie de organización benéfica que regala licor a los más necesitados, y los emborrachó en menos de una hora. Sin embargo, esa vez, las cosas no le salieron como esperaba, pues la gente a la que reunió en la mesa, eran amigos y enemigos y resultaron en una tremenda discusión, que después se desencadenó en una pelea que terminó con gas pimienta. Manolo pagó la cuenta, se montó a un carro y desde allí vio todo el alboroto, junto a un par de amigos, que, en vez de apaciguar el revuelo, se dedicaron a alentarlo, como el que echa más leña a una fogata. 

Otro día Manolo mandó a cerrar un bar. Compró dos cajas de botellas de vino rose y una caja de botellas de whisky. Le dio dinero al DJ para que tocara lo que quisiera, se desabotonó la camisa, se regó agua en ella, y anduvo por todo el lugar encargándose de verificar que sus amigos hicieran buen uso de su arsenal de trago. La mañana llegó y la fiesta no paró sino hasta el atardecer. 
El hermano de Jorge Vargas era realmente aficionado a esto. Le gustaba tener y brindar, brindar y tener. Preparaba paellas hasta para 40 personas, y las acompañaba con una variedad de vinos, pues tomó un curso profesional para eso, y reservas de los mejores tragos. Era imposible salir sobrio de algún lugar cuando estaba él, y también intentar terminar temprano. El exceso era su única regla y la cordura, su aberración. 

Y cuando Manolo dijo que en la fiesta del matrimonio había trago hasta para regalar, no era mentira. Una vez se sentaron los invitados, los vasos de licor empezaron a rondar con una sincronización de escándalo. Los meseros parecían robots programados que llenaban los vasos o los reemplazaban, una vez estaban vacíos. 

La mesa de Roberto por supuesto estaba llena de licor siempre, no solo por la generosidad de los novios, sino porque todos allí acordaron pagarle al mesero de turno una suma de dinero si duplicaba la ración. Roberto observaba con ansiedad, pues no estaba bebiendo, pero Laura, quien se sentó a su lado, fue el alivio a la insoportable sensación que produce la abstinencia. 

En la próxima canción la invitaré a bailar, sí, creo que lo haré. Ya la he visto bajarse tres vasos de whisky, es buena levantando el codo, haríamos gran equipo. Ahora mismo terminará su cuarto vaso y el calor le estará subiendo a la cabeza. ¡Vamos!, no creo que tenga algo con Flecho, ni siquiera hablan. Aunque, ¿él le está poniendo la mano en la pierna? Maldita sea, sí, lo está haciendo. Espero que no se la comience a subir. Maldita sea, sí, se la está subiendo. Espero que no se la meta en el vestido, aunque sería chévere que solo se lo levantara para poder ver su ropa interior, debe ser de encaje, de encaje negro. O por Dios, para quitársela con los dientes y escondérsela luego, y guardarla como un trofeo. Bueno ya no veré nada, ella le retiró la mano. Menos mal, no hubiera sido capaz de aguantar la rabia y las ganas de seguir viéndole todo. Vaya, la canción ya terminó. Espero a la próxima canción mejor, pensaba Roberto mientras miraba a Laura. Ella le sonreía mientras le daba vueltas a su vaso con dos dedos de su mano derecha.

¡Vamos estúpido cobarde!, ¿no serás capaz de sacarla a bailar? Te falta valor, te falta un buen escoses que te moje la garganta y te active el galán que llevas dentro. Te falta un par de vodkas que te obliguen a quitarte el saco y te impidan sentir el fastidio de la humedad de estas montañas. Te falta una botella de champaña para activar la felicidad desbordada que te quita el miedo de tener algo que perder si vas a hablarle. Maldita sea la hora en la que vienes a prometer que no vas a tomar un trago, justo en el matrimonio de uno de tus mejores amigos, justo donde hay tanto licor que se podrían llenar dos piscinas, justo donde puedes embriagarte con tus amigos y hacerlo gratis, hasta perder la cordura, y luego ir buscar una pileta donde tirarte, y mojarte bajo la lluvia, y buscarla ella para pedirle que te acompañe a baño a secarte y concretar el asunto ahí, emparamados los dos, con ganas de darse calor. ¡Eres un imbécil!  sácala ya! ¡sácala a bailar ya!, reflexionaba Roberto. Cuando por fin se decidió, un tipo al que llamaban Champú, se llevó a Laura agarrada de la mano al centro de la pista del baile, donde se perdió en medio de la gente que bailaba y celebraba.

La noche fue transcurriendo, y como lo prometió Manolo, se desató la locura. Hasta la novia, la querida novia Lucia Nieto, tenía más de un trago en la cabeza, y en la 'Hora Loca', se topó con Roberto, el único sobrio de la fiesta, a quien le ofreció una botella de champaña que llevaba en la mano.

-Roberto, que alegría tenerte aquí, dijo la novia feliz.

-Muchas gracias por invitarme, para mí es un placer. Todo está saliendo de maravilla, respondió Roberto mientras admiraba a la novia envuelta en su hermoso vestido blanco.

-Ven, acompáñame con un largo trago de esto, por mí, por Jorge, por nuestro matrimonio.

-No puedo Lucia, realmente no puedo beber. Me gustaría mucho, pero paso.

-Tú, que dices que lo mejor del jugo de naranja es el vodka ¿tú me estás diciendo esto?... Por el amor de Dios, bebe ya, ordenó la novia enojada.

-No, no puedo hacerlo. Lo lamento, después beberé mucho por ustedes y con ustedes. Lo prometo.  Y pagaré con creces esta descortesía, respondió Roberto mientras con su mano derecha retiraba la botella que Lucia llevaba a su boca.

-Pues sí que la pagarás, ¡Te maldigo! Espero que no encuentres ninguna chica.... por despreciarme, y se tomó un fuerte trago, lanzó una mirada de fuego intimidante que alcanzó a asustar a Roberto, y luego se unió a una fila de gente que pasaba por su lado simulando un tren mientras bailaban.

Deben ser cosas de borrachos, no has de asustarte por algo así. No creo que lo haya dicho en serio, ella está con tragos y se enfureció. Eso fue todo. No debe ser tan malo, no creo que en verdad quiera maldecirme. Mejor olvidaré este asunto y buscaré otro café para no dormirme. Que aburridas son las fiestas sin licor, no tienen sentido. La gente se ve ridícula bailando. Se decía Roberto cuando caminaba para el baño.

A eso de las tres de la mañana, en el final de la fiesta, se encontró a Laura en el balcón. Ambos habían salido a fumar, pues la ausencia de la lluvia por fin se los permitía. Ella estaba parada mirando el paisaje, medio tambaleándose, y él la saludó. Sonrieron y se presentaron mutuamente. Tras intercambiar nombres y unas cuantas palabras más, se les olvidó el mundo, y por un momento, que estaban en una fiesta. Se hizo silencio, y el balcón, la majestuosidad de la vista, y el mundo, fue solo de ellos dos, y nada más que de ellos dos. Las miradas y las tímidas sonrisas. Los halagos y la emoción que se produce cuando se habla con alguien desconocido que lo atrae mucho, llenaron de energía el momento. Los cigarrillos se fueron consumiendo lentamente, mientras que la atracción entre ambos fue aumentando. Todo estaba perfecto para un primer beso, todo parecía un sueño hasta que se escuchó un fuerte estruendo seguido de un gemido aterrador que silenció el recinto. Uno de los largos y extensos cristales se rompió, Manolo Vargas quedó herido. Roberto salió en su auxilio, lamentando el infortunio que rompió la magia, y Laura se quedó con las ganas de besarlo al igual que él.

Continuará….




Comentarios

  1. MUY BUEN REWLATO ,LLENO DE MISTERIO

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    Respuestas
    1. Muchas gracias Alberto por leer Tinta Infinita. Espero que siga el desarrollo de la historia. Un abrazo.

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