La maldicion de los Vargas Nieto: Capítulo I 'La boda'
La maldición de los Vargas Nieto: Capítulo II 'Fiesta con Manolo'
Roberto salió corriendo una vez escuchó el alarido, al estar
sobrio, tenía lucidez, y así pudo identificar que el grito era de Manolo.
Al llegar a la entrada, vio pedazos grandes y pequeños de Cristal tirados en el
piso, y la sangre de su amigo correr por el piso.
Más adelante estaba él, tendido en el suelo, agarrándose la
pierda derecha, donde se podía visualizar una gran herida.
-Válgame Dios, no sé si preocuparme por tu sangre o por la
mano de licor que hay en ella y se está desperdiciando.
- ¡No sea marica!, no vi esa puerta. Que totazo.
- ¡No jodas! Uno borracho no se queda tan ciego. Sólo lo
necesario para creer que una fea es bonita, pero nada más.
- Pero no la vi porque estuviera borracho. Aunque sí lo
estoy, tengo una loquera. Lo que pasa es que hace poco me operaron de los ojos
y la cirugía aún está terminando de llegar a su cien por ciento.
Roberto se quitó el poncho que le había repartido de la hora
loca y que colgaba de su hombro derecho y lo utilizó para hacerle un torniquete
y así evitar que la sangre siguiera saliendo. Como era el único que estaba en
buenas condiciones, se ofreció llevarlo a la clínica y allí esperó hasta que a
Manolo se le quitara la borrachera y lo pudieran atender.
-Mijo. En el carro hay nueve botellas de Nuvo, y dos de
whisky. Íbamos a seguir la fiesta, iba a ir todo el mundo hasta Laura. Pero por
ciego va a tocar que no las tomemos después, dijo Manolo una vez lo atendieron
y le cocieron la herida. Roberto tomaba un café a eso de las ocho de la mañana
y le sonrió.
Casi dos meses pasaron desde el matrimonio y era un viernes
de fiesta. Pero Roberto no salió. Decidió quedarse en casa, leyendo por cuarta
vez, 'La importancia de llamarse Ernesto', de Oscar Wilde, intentando captar la
genialidad del autor inglés para escribir comedia, y de esta manera, usarla
como influencia para sus historias. Mientras leía tomaba cerveza tras cerveza y
cuando ya estaba acabando el libro, se había tomado casi diez. A las dos de la
mañana sonó su celular, al otro lado de la línea estaba Jorge Vargas, en el
fondo se escuchaba una algarabía que era difícil de identificar pues muy bien
podría confundirse con una parranda, o con una matanza de gallinas.
- ¿Anda Roberto, interrumpo tu sueño?
-No hombre, ¡Que va!
- ¿Qué anda haciendo el soltero más cotizado del momento?
- Desvalorizándome en mi cama con mi soledad, mis libros y
mi licor.
-Vaya pero que dramático.
-Lo sé y eso que estoy leyendo comedia.
-Bueno, dejemos ya los formalismos. Tenemos una fiesta en mi
apartamento, Te espero en cinco minutos.
-Dame 10, tengo que vestirme.
- Te daré 15 por la voluntad de salir a las 2 am cuando ya
estás acostado.
-Es mejor que no tener nada qué hacer.
-Pues bien, entonces seremos una buena opción de descarte para
tu aburrimiento.
-No quise decir eso. En cualquier caso, saldría a estar
a hora para tu casa, a menos de que tuviera una hermosa mujer encima.
-Y si te dijera que aquí hay otra muy hermosa mujer.
- Me tardaría un poco más en salir mientras la dejo dormida.
-Bueno, basta ya de conjeturas locas. Te espero. No tardes.
Roberto se puso lo primero que encontró y hasta olvido
vestirse sus medias antes de colocarse los zapatos. Cuando llegó al edificio,
el portero estaba dormido, y Roberto experimentó esa sensación incómoda que se
genera cuando hay despertar a alguien en el trabajo mientras la lía durmiendo,
es tan incómodo esto como cuando se es adolecente y se está viendo una película
con los padres y muestra situaciones explícitas de sexo, se decía mientras
buscaba su caja de cigarrillos.
Tosió varias veces, pero el sueño del guardia era profundo.
Así que decidió dejarle dormir un rato más porque parecía que tenía un sueño
placentero, parecía que estaba soñando con algo bueno. Sonría y movía la
cabeza.
Debe ser duro trabajar en esto. Abriendo puertas y cerrándolas.
¿Llevará un registro de cuantas veces lo hace? ¿Harán competencia entre los
guardias a ver quién tendrá el record de más abrir y cerrar puertas? ¿Quién
tendrá el record de saludar y despedirse más veces? Debe ser aburridor saludar
y despedirse tantas veces. Es como si uno viviera mil días en uno mismo, y mil
ocasos a la vez. Todos lo saludan y se despiden de una manera mecánica, muy
pocos le preguntarán si se siente bien, si su familia lo está, si no está
aburrido, si está triste. ¿A qué horas harán el amor con sus parejas? ¿Cuáles
serán sus charlas de cama cuando terminan el acto? ¿De cuantas puertas abrieron
en el día? ¿Escribirán cartas de amor? Tal vez sea algo como: "amor, mientras bajaba y subía las
escaleras para abrir la puerta del parqueadero, pensé en ti", y mientras
Roberto pensaba en todo aquello y fumaba un cigarrillo, el portero había
despertado y lo interrumpió pegándole a la ventana de la cabina donde estaba.
- ¡A la orden!, dijo el portero mientras estiraba los brazos
desperezándose.
-Buenas noches, señor.
-Buenas noches, no. Buenos días, son las dos y media de la
mañana, replicó el guardia de seguridad y después lanzó
-Es cierto, lo que pasa es que aún es oscuro, como la noche,
y bueno, siempre me confundo con el tiempo en la madrugada. Se excusó Roberto
mientras le daba el último sorbo a su cigarrillo- Vengo al apartamento de Jorge
Vargas, por favor.
- ¿Don Jorge? El presidente de la junta, ¿cierto?
-Ese mismo.
- ¿Viene a traer un domicilio? ... un momento, ¿cómo sabe
usted que es presidente de la junta?
-Porque no vengo a traer un domicilio, vengo a visitarlo.
- ¿A esta hora? No son horas de visitas.
-Tiene usted razón, pero me especializo en ser inoportuno, y
realmente en este momento no me gustaría serlo con usted, pues si no me anuncia
y no me abre en poco tiempo, orinaré frente suyo. Este frío me tiene
tullido.
-Sí, es verdad está haciendo frío arruga escrotos.
-Sí, y no solo eso. También de los que dan neumonía.
-Permítame un momento joven, ya lo anuncio. ¿Está seguro que
es una hora adecuada? La esposa del doctor se ve bastante furiosa y regañona,
no quisiera levantarla.
-Señor, le ruego el favor que lo haga, Mientras tenemos esta
conversación y usted vacila en su decisión, ya no puedo sostener con mis labios
el cigarrillo porque no los siento.
-Bueno, pero si la señora se pone brava, será su
culpa.
-Asumo cualquier responsabilidad, pero hágalo por favor, me
voy a orinar y a congelar.
-Pero si se congela es mejor, no ve que no le sale el chichí.
-Amigo, tiene usted un muy buen sentido del humor, pero no
es hora de eso.
-Lo mismo le digo, no es hora de visitas.
-Anúncieme ya, por el amor de Dios.
-!Ujummm! Pero qué tal este joven tan altanero e
impaciente.
El portero se paró de su silla lentamente, se quitó la
bufanda que lo abrigaba con toda la maña posible, la dejó en su silla. Luego
se desperezó nuevamente, miró el reloj que estaba colgado en la pared-está
tarde, tarde- dijo. Se agachó y sacó un termo y un pocillo, se sirvió café, lo
olfateó como si fuera un catador profesional, se llevó un sobro y sonrió como
lo había hecho minutos antes mientras soñaba. Después se quedó mirando a
Roberto, como si lo hubiera recién visto, se agarró la cabeza con las dos manos
y tomó el citofono.
- ¿Cómo es que es el apartamento de don Jorge?
-No lo sé señor, siempre me anuncio así y llaman
directamente, pues es el presidente de la junta.
- ¿No sabe el apartamento de don Jorge? Eso está muy
sospechoso.
-! ¡Por favor! Tiene usted razón, déjeme lo llamo. Dijo
Roberto mientras sacó su celular del bolsillo derecho del abrigo que llevaba
puesto. Marcó varias veces, pero nadie atendió.
-Lo siento, dijo Roberto, no contestan. debe ser por el
ruido que hace la música que tiene puesta.
-A no, pero si no le contesta a usted, a mí sí que
menos.
-El citofono suena más duro, ¿puede usted buscar por favor
en el libro del edificio el apartamento de Jorge?
-Bueno, sabe qué, yo soy buena gente. Y lo voy a hacer. Pero
primero debo buscar mis gafas que no sé dónde las dejé.
Una vez el portero encontró el número del apartamento,
anunció a Roberto, quien fue aceptado y luego entró con el afán de buscar el
baño y de meterse en un baño turco. Allí lo recibieron con la algarabía con la
que reciben sus pueblos a sus ídolos, solo faltó el camión de bomberos.
Era la 3:30 de la mañana, y Jorge y Lucia bailaban, también
así, Laura y su novio. Roberto solo bebía. Cuando todos se sentaron, a
acompañar a Roberto, Laura comenzó a discutir de la nada con su novio, quien no
entendía lo que pasaba.
-Ya me tienes cansada, cansada. Siempre es lo mismo.
-Pero ¿de qué hablas?
-Quiero que me dejes sola, quiero que te vayas.
-Pues me voy, dijo el novio de Laura borracho. Luego tomó
sus cosas, se despidió de todos cordialmente, y los anfitriones lo acompañaron
a la salida.
Laura y Roberto se quedaron allí, ella le sonrío y le
dijo: - "Por fin estamos solos".
Continuará…
Comentarios
Publicar un comentario