“La vida no es la que
uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla”. – Gabriel García
Márquez.
Honda, Tolima, 1999.
Se terminaba un siglo, se terminaba un milenio, las
computadoras se iban a volver locas y el mundo se iba a acabar. Ricky Martín
sonaba con 'Living La Vida Loca' y Britney con ‘You Drive Me Crazy’. El ‘Mambo
No. 5’ aparecía hasta cuando uno abría la nevera y la figura de Christina
Aguilera despertaba los deseos pasionales de toda una generación de pubertos
que se masturbaba viendo Emanuel en el espacio en 'The Film Zone'.
El Calcio era la mejor liga del mundo, Shakira se
abría paso en el planeta y Juan Pablo Montoya era el único deportista ganador
que teníamos y al que le encantaba el Boflan.
Siempre era verano y éramos estudiantes que se
comparaban con los protagonistas de 'American Pie', jugaban a darse en la jeta
como en el Club de la Pelea y se quedaban maravillados con los efectos de
Matrix como los aldeanos a los que Melquíades les presentó el hielo.
Hacíamos pijamadas los viernes donde Juan Camilo
Montes, con la excusa de ver una película y nadar en su piscina. Y aprovechábamos
cuando Don Alfonso y Mamá Toña se dormían para poner las películas porno que
Guillo nos hacía el favor de alquilar porque ya era mayor de edad.
Recuerdo mucho una que se llamaba 'Romeo y Julieta
XXX' porque salía una negra con una vagina capaz de albergar a un país entero
como Uruguay tocándose de manera tosca con sus uñas largas y porque esa escena
casi hace que Luis Enrique Carmona se vomitara.
Éramos filósofos, soñadores, deportistas de alto rendimiento
que comenzaban su historia de subcampeonatos de fútbol escolar (historia que 20
años después se repitió en la Magdalena Cup) y éramos ‘gamers’ profesionales.
Íbamos a circos tan pobres que el mismo trapecista era
el que después recogía las botellas de gaseosa en las gradas y queríamos ser
conquistadores de mujeres, de las más lindas del pueblo.
O por Dios, nos enloquecían Marcela Conde, Catherine
Suárez, Lorena Hernández, Alejandra Jaramillo, Tatiana Correa, Adriana Rueda, Jennifer Olaya (que en paz descanse), Ingrid ‘la
caleña’, Marcela y Angélica Gómez, Norma Prada (que en paz descanse), Bibiana
Gutiérrez, Natalia Alarcón, Lorena Caldas, Lina Naranjo, Angie Natalia
Escamilla, Carolina Monroy Adriana Barreneche, entre otras mamacitas que se me
escapan.
Nos trastornaba el rápido desarrollo de Tatiana
Escamilla, Lulú Salvador y Luisa Triana (que por cierto hoy en día es el ‘bebé
del amort’ más hermoso de ese terruño).
Y nos preparábamos para las abrumadoras apariciones de
divas como Jessica Quinajo, Paola Luna, Diana Marcela Bustamante, Vanessa
Arenas (turista frecuente), Medila Triana, Jeimmy Barrera, Clara Rojas, Tessoro Palomino, Stefany Caldas, Luisa Santacruz, Diana Otalora, entre
otras mamacitas que se me escapan.
Pero por más que fantaseáramos con aquellas diosas seguíamos
siendo niños tímidos e indefensos. Solo éramos valientes para gritarle a
Roberto que no era policía, dispararnos pistolas de balines a quema ropa en la
cara, pasar el puente Pearson, molestar a Gerardo y a sus peluqueros y agarrar
a pata y echarle polvo ‘pica pica’ a los que se disfrazaban en las casas del
terror.
Pero cuando hacíamos una fiesta nos quedábamos a un
lado y lejos de las niñas que invitábamos: éramos unos prepucios.
Si acaso dábamos besos jugando pico
botella o escondite americano. Si acaso existíamos en el radar de las mujeres,
aunque a Santiago Rocha varias lo perseguían.
Y estábamos tan quedados respecto a los
que estaban un curso más adelante que nosotros. Por ejemplo, Alan Reyes, Alex
Caldas, Camilo Ducuara, Gerónimo Cardozo y Carlos Guerra ya se habían casado y
divorciado como tres veces, y Mario Virguez parecía el integrante de una boy band
rompiéndole los corazones a todas las peladitas.
El hecho es que por esa época nosotros apenas
éramos capaces de levantar el polvo de los hermosos jardines del Colegio
Nacional Integrado y de la cancha del ‘Pascual Guerrero’.
Sin embargo, aparecería una chica que
por esos momentos también fue objeto del deseo de varios. Era contemporánea
nuestra, pero ya parecía una universitaria.
Y yo iba a pasar de imaginar cosas
chingonas con mujeres lindas a hacerlas realidad.
Fue una tarde de domingo en la que estaba haciendo una
tarea para la clase de Castellano. A mi casa llegó la niña en cuestión. No
entendía por qué me visitaba, pero por Dios, era ella… Que emoción.
Entró, se sentó en la sala. Le ofrecieron algo de
tomar y cuando nos dejaron solos se me tiró encima y comenzó a besarme.
"Hijupetua esto no puede ser cierto. Me están
besando", pensaba mientras comenzaba a notárseme la parola. La chica la
sintió y eso le gustó. Lo que pasó después lo voy a omitir porque no es prudente
publicarlo (no hubo sexo por si acaso).
Al siguiente día, como buen puberto inmaduro, estaba
ansioso por llegar al colegio a presumir lo que había logrado el día anterior. “Me
van a tener que besar el pipí mis amigos cuando se enteren a qué vieja le di
besos ayer. Los voy a hacer cagar de la envidia”, pensaba mientras iba en la
ruta.
Cuando llegué al salón vi a Santiago Rocha con el
labio hinchado, pero con una sonrisa plena. También me di cuenta que Diego
Montenegro tenía morados en el cuello y que Corcho (Francisco Muñoz) no
cerraba la jeta de alegría. Y todos a la vez dijimos: “Maricas, tengo algo que
contarles”.
Fueron tres horas eternas para salir a descanso y
darnos cuenta que todos teníamos que contar la misma historia. La pelada había
hecho un tour de casa en casa y a todos nos hizo lo mismo. Pasamos de creernos los
chachos a ser el hazme reír de Francisco Manjarrez, Marco Antonio León,
Timothy, Henry Mesa, Nair Jassir y el resto que no habían sido víctimas.
Eran cosas que se podían hacer en esos tiempos. Hoy en
día una ‘lorosa’ de esas no puede hacerlo: existen los grupos de WhatsApp.
Buen relato, lo felicito.
ResponderBorrarJajajaja, me reí e imaginé cada cosa al calor hondano. (Gracias por las flores)
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