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¿Quién hijueputas mató al pescador?





Al pescador lo encontraron muerto la mañana del 23 de marzo, a vísperas de una Semana Santa.

Tenía fracturas en el cráneo, golpes en los ojos y la nariz, 35 apuñaladas en la espalda y dos costillas rotas. También algunas quemaduras en el brazo derecho, como si le hubieran apagado cigarrillos en la piel. Estaba descalzo y con el pantalón roto. 

El hallazgo lo hizo Maritza, una prostituta transexual que trabaja en la zona y que venía de cambiar el poco producido que había hecho en la noche por bazuco. 

Al principio pensó que se trataba de una de sus constantes alucinaciones en las que ve muerto a su padre, quien la violó constantemente cuando era niña, y en las que le grita todo su rencor a su cadáver hinchado, verde y con los ojos abiertos. 

Sin embargo, en medio de su trance tocó al pescador y su mano se le empapó de sangre. El viaje en el que andaba se canceló de inmediato y solo le quedó una resaca prematura y el afán por avisarle a alguien lo que había visto. 

La policía lo identificó como Luis Arturo Becerra, de 53 años. Señaló que él vivía solo en una choza que se sostenía de milagro y que no portaba documentos ni ningún objeto de valor en el momento en el que levantaron el cuerpo. 

Las autoridades dijeron que lo único que le encontraron en un bolsillo fue una foto a blanco y negro desgastada de una mujer joven, que tenía una leyenda que decía: “noviembre 1958”. 

Pero no era cierto, Luis Arturo también tenía un reloj y 25 mil pesos, que el cabo Padilla le quitó sagazmente y sin que nadie lo notara.

El atroz crimen paralizó al pueblo. No se hablaba de otra cosa que no fuera del asesinato del pescador, a quien extrañamente casi nadie conocía, pero quien se hizo una celebridad en cuestión de minutos. 

Algunos dijeron que el occiso tenía un pacto con el diablo y que al no cumplirlo fue despojado de sus pertenecías, condenado a la miseria y luego asesinado cruelmente como parte de su castigo. 

– “Esas cosas son del maligno, usted cuándo ha visto que pase algo así aquí”.

Otros aseguraron que lo habían visto varias veces por la plaza de mercado mientras trataba de vender las pocas yuntas que lograba sacar del río y que “parecía que nunca se bañaba”. 

El dueño de una joyería señaló que un día lo había sorprendido “morboseando a unas peladitas que habían salido del colegio”, pero la señora que le vendía la panela y el café dio fe de que era un "hombre muy callado, tímido y raro, pero decente". 

Sin embargo, la víctima al parecer no tenía familiares ni seres queridos que lo echaran de menos y no se sabía quién iba a costear el funeral.


Al mismo tiempo que se incrementaban los rumores sobre el homicidio, Inés Rincón intentaba comunicarse por décima vez con su hija, quien había salido desde la noche anterior y no había regresado a casa. 

-"Corrió con suerte porque el papá se tuvo que quedar en la finca arreglando un problema, de lo contrario hoy esa niña estaría sentenciada a muerte", escribió en el grupo de WhatsApp que tenía con sus amigas del costurero. 

Elena Martínez Rincón, de 17 años, se había ido con su novio Ramiro Sánchez, de 19 años, a eso de las 4:00 pm. Era un día especial porque celebrarían ocho meses de relación y habían planeado una apretada y romántica agenda. 

Aprovechando que en el pueblo no les ponen problema a los menores de edad para consumir licor, primero iban a pasar por Cielo Morado para tomar dos mojitos y ver el atardecer caer en las montañas desde la terraza del lugar.

Después visitarían la Cocina de Lucas, en donde probarían esa nueva entrada de ceviche de panceta que tanto habían promocionado por la radio y el Facebook, y también pedirían arroz de langostinos. 

Tras eso, tenían pensado tomarse dos botellas de Champaña en El Patio, y como acto final y sin que supuestamente nadie más lo supiera, visitarían el hotel Las Américas para que Elena por fin conociera a profundidad las mieles del amor. 

Ambos habían hecho el plan con dos meses de anticipación y prometieron ahorrar del dinero que les daban de recreo para poder costear los gastos entre los dos y pedirles a los padres algo extra para ese día. Sin embargo, Elena fue la única que cumplió el pacto. 

- “No se ponga brava, mi amor. Vea que me ‘pelaron’ en el billar. Yo por querer ganarme el doble para invitarla a todo, terminé fue perdiendo el billetico”, decía Ramiro mientras le tocaba la cara a Elena. 

Ella sabía en el fondo que era mentira y que él nunca tuvo la intención de ahorrar un peso porque durante todos estos días lo había visto varias veces tomando cerveza y fumando cigarrillos con sus amigos. 

Pese a esto, Elena cedió a la manipulación de Ramiro y los sentimientos que tenía hacia él la doblegaron. Al fin al cabo no era la primera vez que le perdonaba una cagada como esta, ni sería la última.

 ¿Y por qué no pasarlo por alto si su mamá hacía lo mismo una y otra vez con su papá? Ella solo estaba repitiendo la historia, siguiendo los pasos fallidos de su madre, quien siempre decía que su esposo “tuvo un problema en la finca” para esconder que pasaba la noche con alguna de sus concubinas.

Entonces el romántico plan se redujo simplemente a comprar dos combos de perros calientes con papa frita, una botella de ron, un litro y medio de Coca Cola, una caja de condones, una barra de Halls negro y a buscar un motel barato en donde pudieran pasar el resto de la tarde y quedarse hasta la medianoche para que Ramiro pudiera fanfarronear con sus amigos y decirles que estuvo “dándole una cacacera” a su novia durante más de seis horas seguidas.

("Ja, típico marchito" - diría la feminista del pueblo al enterarse de semejante comportamiento y seguramente saldría a protestar en el parque de la alcaldía, con su pañoleta morada en la nuca, para crear conciencia sobre la educación machista que le están dando a los hombres. Y muy seguramente volvería a ser objeto de burlas y le gritarían desde lejos: “búsquese un mozo, arepera”.) 

Pero cuando comenzaron a calentarse las cosas, Ramiro Sánchez comenzó a desconcentrarse. Tal vez en, muy dentro de su ser, la culpa y el remordimiento comenzaron a pesarle, y como nunca en su vida había tenido estos sentimientos, no supo identificarlos ni manejarlos y se quedó congelado cuando vio a Elena Martínez Rincón en ropa interior. 

El joven se asustó tanto, que se tuvo que salir del cuarto y se fue a sentar en el pasillo del motel. Por su parte, Elena se desilusionó tanto, que comenzó a beberse la botella de ron como si fuera agua y en menos de nada estaba en una borrachera incontrolable. 

En el motel Ramiro vio a Enrique Nieto. El jefe de su padre. Salía a buscar hielo y algo de tomar de una de las habitaciones contiguas y su puerta quedó entreabierta. La curiosidad le ganó y se acercó para ver quién estaba adentro: era su papá con una peluca de mujer. 

Desconcertado salió corriendo a su cuarto para pedirle a Elena que se fueran y la encontró desnuda y tirada en la cama. 

“Venga y me come malparido. Así no me va a dejar. Fuera de que me tocó pagar todo, esta gran puta noche, usted ¿ni si quiera es capaz de metérmelo? ¿Así de fea soy? O ¿Es que usted es un marica?”, le gritó la joven borracha. 

Ramiro no supo qué contestar y comenzó a vestirse como pudo. Solo estaba pensando en la escena que acababa de ver, y esta se amplificaba cada vez más y más, y la ansiedad comenzó a ganarle, por lo que salió corriendo y dejó sola a Elena.

Ramiro corrió entre calles que no conocía y pasó frente a una anciana que tenía el pelo blanco y maltratado, como las cenizas de una quema de leña, y que estaba sentada en una mecedora de lona. 

"No ha de ser por aquí ese muchacho, que pronto lo van a robar", dijo la vieja mientras prendía un cigarrillo. 

El barrio era peligroso, estaba lleno de jíbaros, ladrones y prostitutas. Allá fueron a parar los dos jóvenes para poder pagar el motel por varias horas. 

La anciana terminó su cigarrillo y entró a la casa a buscar a su nieta Yuly, con la que vivía desde que era pequeña porque su mamá la abandonó un día que conoció a un camionero que paró a almorzar en el restaurante donde ella trabajaba y decidió irse con él sin avisarle a nadie. 

Yuly, con apenas 15 años, ya tenía una hija de 2 años. Estaba encerrada en su cuarto masturbándose mientras veía en el celular un video en YouTube de Bad Bunny, robando la señal antes de que su vecino apagara el wifi. 

La abuela le golpeó la puerta y le pidió que fuera a la tienda a comprar la leche, el pan y los huevos para el desayuno del día siguiente.

- “Yuly, me trae las vueltas. Eso cuesta siete mil pesos y yo le estoy dando un billete de 20. No lo vaya a desaparecer, es lo único que tenemos de aquí a que se acabe el mes”, le dijo la anciana, quien la mantenía a ella y a su pequeña hija con una pensión de salario mínimo: es decir, con una proeza milagrosa.

Yuly aceptó de mala gana hacer el mandado, pero antes de pasar por los productos, se fue hasta la orilla del río a fumar marihuana con uno de los jíbaros del barrio. Era un tipo de unos 22 años, que ya había estado en la correccional dos veces, y que se paseaba por las calles en una moto destartalada sin exosto que hacía ruidos como si estuvieran disparando cuando ‘la picaba’. 

La joven lo buscaba todas las noches para pedirle droga y un par de cervezas y él se las suministraba a cambio de sexo oral. 

Cuando ella se disponía a meterse el pene en la boca, tomó aire para aguantar la respiración, pues no quería oler ni sentir el sabor de aquel órgano sucio y que tenía en el prepucio costras blancas y babosas. 

Sin embargo, perdió su intento porque el ladrido de dos perros la distrajo y volteó a mirar hacia la calle, en donde vio pasar corriendo a Ramiro, quien escapaba de los animales.  

"Este bobo hijueputa me hizo oler esta mierda", pensó mientras tomaba aire otra vez. 

Ramiro seguía perdido en el barrio, dando vueltas por todas las calles sin poder salir de ellas y siempre regresaba a la misma parte: la orilla del río. Mientras que Elena ya se había vestido, se había acabado de tomar la botella de ron sola y había agarrado un taxi hacia donde Danilo Vargas. 

Se trataba de su vecino, un joven que siempre había estado enamorado de ella, y que, aunque ella lo sabía, solo lo quiso conservar como amigo para tortularlo con sus secretos amorosos. 

Al llegar al destino, Elena le pidió a Danilo que la dejara entrar a su cuarto porque no se sentía bien, y mientras él fue a buscar una soda con limón para intentar reponerla de la borrachera, ella lo esperó sin ropa en su cama y se le entregó con todas las ganas que había guardado durante varios años.

Danilo Vargas sonrío al terminar el acto sexual como si le hubieran entragado un premio o reconocimiento a toda una vida. Pero cuando intentó ir por el segundo asalto, ella lo frenó en seco y le dijo : "ya pasó el momento, ahora solo quiero dormir". 

El rechazo no le importó. Su paciente espera como amigo agazapado por fin había dado frutos. 

El haber estado aguantando escuchar historias sobre su romance con Ramiro y sobre su plan romántico para entregarse por primera vez había válido la pena. 

Él sabía que en algún momento iba a llegar un espacio de vulnerabilidad y que ella lo iba a buscar a él. 

Era un animal carroñero, de los que espera en un árbol el momento preciso para entrar a comer. 

Por eso jamás le importó llevarse los créditos oficiales de ser el primer hombre en la vida de Elena y guardó el secreto por 29 años, hasta que un día que estaba borracho con sus amigos en un carnaval del río la vio pasar y ella lo despreció con la mirada. Entonces dijo: "yo a esa perra me la comí. Yo fui el primero y ella le hace creer al marido otra cosa", pero ninguno le creyó. 

Elena tampoco lo contó nunca a nadie sobre ese encuentro carnal. Y jamás  volvió a ser la misma con Danillo. Se limitó a saludarlo formalmente por temor a que él revelara algo, y poco a poco fue cortando su vínculo con él. Al fin al cabo, "ya no le servía de nada". 

Días después ella perdería su virginidad por segunda vez tras reconciliarse con Ramiro, quien logró salir de ese barrio peligroso porque el pescador le dijo en dónde podía tomar un taxi, pero quien nunca logró olvidarse que en ese motel estaba su padre con una peluca de mujer metido en el mismo cuarto con el jefe. 

Tras ayudar al joven, el pescador se fue a la orilla del río y se sentó en una piedra a ver y escuchar el agua fluir. No había sido un buen día para él. No había conseguido nada para vender.

"Menos mal que no tengo a nadie, así aguanto hambre solo yo" dijo en voz alta mientras soltaba una risa de desesperación. 

Le iba tan mal, que ni siquiera en la Subienda lograba hacerse sus pesos. Y hace mucho que sus esperanzas se habían extinguido. 

Sacó del bolsillo de su pantalón la foto de su mamá, quien murió cuando él tenía 6 años, en el mes de noviembre de 1958. 

Casi no la recordaba, pero cuando la miraba, imaginaba que estaba a su lado y que ella lo abrazaba, y eso lo hacía sentir mejor. 

Guardó la imagen otra vez en el bolsillo de su pantalón y percibió un penetrante olor a cigarrillo. Como si le estuvieran fumando al lado. 

Volteó a mirar a la derecha y luego a la izquierda, pero no vio a nadie. 

Cuando se disponía a pararse de la piedra sintió un fuerte golpe en la cabeza que, de manera inmediata, le quitó la visión de un ojo. Después, sintió un pinchazo frío en la espalda, y otros dos más, y otros tres más. Perdió el conocimiento y cayó muerto a la arena. 


Comentarios

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