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La chica de Bruselas

 




Luego de un estresante viaje en tren, llegamos a Bruselas a eso de las 9: 30 pm.


Habíamos pasado todo el día caminando por Brujas después de salir muy temprano de nuestro hostal en Ámsterdam.


Tuvimos un pequeño retraso en el itinerario porque nos pasamos una estación del tren rápido y terminamos en la costa de Bélgica.



Por fortuna, contamos con la ayuda de un amable y particular hombre, que al escucharnos hablar español, fingió que sabía hablarlo también y nos saludó. Notamos rápidamente que solo podía decir “hola, buenos días”, que no conocía ninguna otra palabra de nuestra hermosa lengua, y que su inglés era limitado igualmente. Solo se podía comunicar en francés. 


Al final, la barrera del idioma no fue problema y con su empatía y disposición logró (a machetazos, con señas, muecas y un poco nervioso) indicarnos cómo ir a nuestro destino.


A Brujas arribamos al mediodía, bajo un sol picante, que poco a poco se fue tapando por las grandes nubes europeas. Me gusta ponerle nacionalidad a las nubes porque se ven completamente diferentes dependiendo de la parte del mundo en donde uno esté. Por ejemplo, las nubes que más me han fascinado han sido las nubes mexicanas que vi en la Península de Yucatán en mi viaje con Marcela y Eve: eran tan alcochonaditas que me gustaría tener una casita ahí.


Volviendo a la historia, era martes, día de Champions League, y jugaba el equipo local contra el Atlético de Madrid. Las calles estaban llenas de colchoneros que llegaron hasta esta hermosa ciudad para apoyar a su equipo y que estaban aprovechando el tiempo previo al partido para turistear. De vez en cuando, pasaba un hincha del Brujas en bicicleta y les gritaba algo. Los españoles en manada respondían y se burlaban, mientras se acababan un vaso de cerveza de un sorbo. Todo al final quedaba en mofa, todos reían, era un día festivo, un día de bendito fútbol.


Pero nosotros estábamos a punto de matar a alguien por algo de comer. Apenas nos habíamos comido en el desayuno un defectuoso capuchino con un croissant y el cuerpo comenzaba a reclamar la energía que habíamos gastado los días anteriores en nuestra travesía por Países Bajos. La más afectada era Vivi, que ya había hecho también un extenuante recorrido por Suiza.


Por eso guardábamos silencio y medíamos nuestros pasos con cara larga, aunque estábamos fascinados con el casco histórico sacado de un cuento que estaba frente a nuestros ojos.


Brujas es una ciudad maravillosa y tiene una energía especial e itinerante, es como si esta energía anduviera por sus estrechas calles con el afán de que uno la persiga. Se mete a las majestuosas iglesias, se postra a ver pasar los botes que navegan los canales, se sienta en una silla en un parque a comerse un wafle y a tomarse un café, se bebe una cerveza en cada esquina y en cada pub, y se detiene a ver los cisnes y las flores, para luego morirse con el atardecer.


Cuando logramos almorzar, el alma nos regresó al cuerpo. De entrada pedí una sopa de tomate y Vivi pidió una especie de paté que parecía hecho por un Dios. Es la fecha y aún conservo ese sabor tan particular y gelatinoso.


   La entrada que pidió Vivi

Luego, comimos esas típicas albóndigas belgas con papas fritas, y al final un postre tan rico que daba pesar acabárselo. Yo me tomé dos Duvel, intercambié unas palabras sobre Maradona y la mano de Dios, Falcao y James con unos españoles hinchas del Atlético, y salimos del restaurante para seguir caminando por esta ciudad mágica.


Vimos toda clase de adornos para Navidad, visitamos la iglesia en donde guardan la sangre de Jesús, entramos a un bar que tenía más de tres mil diferentes cervezas (y apenas yo pude catar unas ocho no más), compramos un par de recuerdos y un wafle lleno de chocolate, y luego vimos como todo se esfumó antes de que fuera las 7:00 pm. 


-“Marica como para que no pase un bus y nos quedemos sin el tren pa’ Brucelas”, le dije a Vivi. 


-“Cállate, tenemos que llegar de cualquier forma, menos caminando”, me respondió.


Ya no podíamos caminar más, habíamos cumplido la cuota del día: 19.800 pasos. Pero además, nuestros tobillos estaban lastimados, morados y gordos. Básicamente nos podían cobrar un pasaje adicional en el transporte por cada tobillo.


Vivi se había lastimado su tobillo en Suiza, luego de intentar bajar las escaleras resbalosas de un castillo, y yo, dos días después, mientras miraba un carrito de perros calientes en Ámsterdam y pise mal el borde de un andén. Por fortuna tenemos músculos fuertes y pies resistentes, de lo contrario nos hubiera tocado mandar todo al carajo y perder las vacaciones que habíamos planeado durante casi tres meses.


El bus se tardó en pasar y mientras tanto la luz natural se iba yendo y el silencio se apoderaba de cada rincón. Llegué a sentir un poco de temor porque durante varios minutos éramos solo los dos y nadie más se asomaba ni pasaba por el lugar. Pensé, fatalista como siempre, que nos iba a tocar quedarnos a vivir ahí para siempre, que posiblemente una especie de hechizo hizo que viajáramos a otro tiempo y/u otro universo y por eso no habían más personas, que íbamos a caminar en círculos y siempre íbamos a llegar al mismo lugar sin encontrar una salida porque nos encogieron y nos metieron en un recuerdo de esos que habían en los almacenes donde vendían los pesebres más lindos que jamás vi… Hasta que un par de manes pasaron en una patineta eléctrica por al frente de donde estábamos esperando y me devolvieron a la realidad.


Logramos tomar el tren rápido hacia Bruselas a tiempo, solo que el tren no era para nada rápido. Era más bien lento y tedioso. Parecía operado por Rappi. Se movía con la misma negligencia con la que se mueve un trámite burocrático para solicitar una cita con un especialista en una EPS. Nuestro vagón estaba vacío, la noche ya se nos había metido y nosotros no servíamos ni para tomar una siesta durante el viaje.


Como ya dije, a las 9:30 pm llegamos a la capital de Bélgica y nos bajamos en la Gare du Midi. Con maletas y todo, rentamos un par de patinetas eléctricas, nos perdimos en un recorrido por el centro de la ciudad y luego de pelear con el Google Maps, llegamos a nuestro destino: un apartamento que rentamos por Airbnb.


El lugar estaba remodelado, era moderno, muy lindo. Tenía todo lo que un apartamento tiene que tener para que uno se pudiera sentir cómodo, era espacioso, iluminado, pero a mí me daban ganas de salir corriendo del lugar.  No me sentía cómodo, tuve la misma sensación que me embarga cuando entro a un hospital.


No le dije a nada Vivi, porque pensé que tal vez yo estaba irritado por el cansancio y no quería incomodarla, así que me resigné a pasar una mala noche.


Tomamos un baño y después Vivi preparó unos deliciosos sándwich de vegetales con humus y jamón de pavo. Vi el segundo tiempo de Brujas 2- Atlético de Madrid 0 mientras me tomaba un par de cervezas locales, tratamos de encontrar una película que nos distrajera, pero al final decidimos irnos a dormir.



Tenía sueño, pero no podía quedarme dormido. Estaba  sobre estimulado. Un Eurotrip te hace eso. Son tantas cosas que ves y conoces al tiempo, tantas maravillas juntas, tanta historia, que en la noche es difícil de procesar toda la información y la cabeza no te para.


De repente, comenzó a hacer un frío insoportable. Era como si se filtrara por algún lugar. Me paré a revisar si había alguna ventana abierta, pero todo estaba en orden. Cerré la puerta del cuarto donde me quedaba, me acosté en la cama y logré conciliar el sueño.


A eso de un par de horas después, comencé a escuchar un ruido que me despertó. Seguía haciendo frío: era insoportable. Abrí los ojos, miré al techo y luego percibí una especie de reflejo en el espejo largo que estaba al frente mío. Dirigí la mirada hacia el espejo y vi que en este estaba en una chica de silueta esbelta y de pelo negro. Su rostro no se veía bien porque estaba obscuro.


“Ok. Así que doña Viviana me quiere gatear. Bueno, está bien, bravo no me a poner. Vamos a ver qué es lo que aprende en esas clases de pole dance a las que va”, pensé mientras me emocionaba con el hecho. 


Pero luego caí en cuenta de que esa chica que estaba en el reflejo del espejo, parada en el marco de la puerta abierta del cuarto en donde yo me quedaba, tenía una blusa begie y un pantalón negro, y Vivi se había puesto una pijama de otro color.


Dejé de observar el espejo y miré inmediatamente hacia la puerta. Estaba cerrada y no había nadie. Regresé la mirada al espejo y la chica ya no estaba, solo se veía el reflejo de la puerta cerrada. Me paré de un brinco de la cama, prendí la luz y casi no me pude quedar dormido otra vez. Crucé el charco, me fui más de 17 mil kilómetros lejos de mi país y allá también me asustaron.


En la mañana siguiente, Vivi y yo desayunamos con un silencio sospechoso y con un afán extraño. Ambos queríamos abandonar el apartamento inmediatamente , pero no nos habíamos comunicado entre nosotros ese deseo.


Fue hasta que fuimos por un café que decidí contarle la historia a Vivi, la sensación que tuve una vez llegué al apartamento, la energía pesada que percibía, el frío extraño que me azotó. Lo más aterrador de todo es que ella sintió lo mismo, hasta me dijo que estuvo a punto de pedirme que nos fuéramos a un hotel y dejáramos el lugar, pero que no quiso parecer cansona ni incomodarme porque pensó qué tal vez estaba irritada por cansancio y se resignó a pasar una mala noche.


Nunca pudimos saber qué pasó en ese lugar ni por qué ambos tuvimos esa misma sensación. De lo único que puedo tener certeza es de que la chica que se apareció en el cuarto en el que yo dormía era un fantasma, un fantasma succionandor que tal vez quería poseerme sexualmente y yo le negué esa dicha por andar de nervioso.





 









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