Vivir parece simple: respirar, comer y beber con moderación, y existir. Pero la vida se complica cuando nos preguntamos por qué estamos aquí, y esas preguntas nos asaltan en los momentos más inesperados, como cuando nos duchamos, lavamos los platos, viajamos en avión o intentamos dormir.
Es como abrir un buzón de Instagram después de publicar una foto provocativa con el texto "Hazme una pregunta". Llegan cientos de preguntas, pero las respuestas son tan vagas que no aclaran nada. A veces, ni siquiera tienen que ver con lo que preguntamos, sino que nos confunden más, dejándonos con más dudas que al principio.
Todos tenemos alguna forma de escapar de esas preguntas. Nos llenamos de actividades, obsesionados con hacer algo todo el tiempo, como si huyéramos de algo, aunque no lo admitamos.
Para mí, el licor ha sido mi escape durante mucho tiempo. Lo he usado para calmar las preguntas sin respuesta, para aliviar esa "insoportable levedad del ser", y, en resumen, para justificar, dormir y olvidar. Al final, todos los vicios cumplen la misma función, y nos engañamos a nosotros mismos con las mismas excusas una y otra vez para no enfrentar la realidad: que somos viciosos, aunque nos guste creer que lo controlamos.
Los que tenemos vicios, como el licor, somos tan atrevidos que decimos cosas como "lo bueno es que solo lo hago los fines de semana, y eso no ha afectado mis obligaciones". Una forma de negar lo que sabemos que está mal.
Para muchos, dejar un vicio es cuestión de voluntad, pero yo creo que el verdadero problema es la falta de pertinencia.
La pertinencia, una virtud que se suele ignorar, debería ser más que eso: un superpoder. Y en un mundo lleno de impertinentes, es un tesoro. Ser pertinente es sabiduría, es saber cuándo llegar, estar, intervenir, actuar, parar e irse. La falta de pertinencia es lo que nos causa problemas; muchos de nuestros conflictos se deben a que no hemos sido pertinentes en ciertas situaciones.
La vida nos pide ser pertinentes en todos los ámbitos en los que nos movemos, con cada ciclo que vivimos y con todas las personas con las que interactuamos.
Ser pertinente es entender que hay cosas que, aunque puedan parecer normales, deben superarse porque ya no corresponden con nuestra edad o etapa de vida. Ser pertinente es entender que la vida es un cambio, y que debemos cambiar con ella, porque los años no se suman, se restan.
Decir adiós es ser pertinente, así como saber cuándo dejar de insistir y soltar la persistencia para no forzar situaciones. Es un equilibrio delicado entre ser parte de algo y saber cuándo es el momento de retirarse.
No seamos como el que se enfermó de diabetes por no cambiar sus malos hábitos a tiempo, o el que perdió su trabajo por un comentario inoportuno, o el que terminó en una pelea por no entender que era hora de dejar la fiesta. O el que se siente eternamente joven y evade sus responsabilidades y su capacidad de comprometerse con algo por eso. No seamos como el que prolongó el final de su relación con alguien que no mostraba interés por cambiar, ni como el que coquetea frente a su pareja o el que llega justo a la hora del almuerzo sin entender que aún no han servido porque esperan que se vaya. La anticipación es la mejor herramienta de todas y la pertinencia, nuestra mejor amiga.
De ahora en adelante me esforzaré por ser más pertinente y tal vez así las cosas sean más simples.
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