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Crónica de cómo no he encontrado el amor de las películas en mis viajes



Exijo que me devuelvan la plata de mis viajes, han sido una estafa. 

Ya perdí la cuenta de cuántos vuelos he tomado en mi vida. No habrán de ser tantos si se comparan con los que ha hecho Taylor Swift o los que tomó el personaje de George Clooney en Amor sin escalas, pero seguro han sido los suficientes como para que me ocurra algo al estilo de una película romántica.

A veces pienso que viajar está sobrevalorado. No me malinterpreten, yo amo viajar, de hecho es una de mis cosas favoritas de la vida; pero nadie habla de lo frustrante que eso a veces puede llegar a ser.

Y no me refiero a la tortura de tener que sacar el computador en la revisión de maletas, ni a ver la estupidez humana al subirse y bajarse de un avión. O a tratar de que las piernas me quepan cuando viajo en clase turista.

Me refiero a las expectativas que a lo largo de los años la industria del turismo nos ha metido por todos lados con contenido que explota nuestras más íntimas fibras y deseos.

Solo hasta cuando comienzas a viajar mucho es que te das cuenta de que por más lejos que te vayas, nunca podrás escapar de lo que llevas dentro, y de hecho, muchas veces en ese viaje que haces por escaparte, lo único que logras es que eso que tanto esquivas termine confrontándote en medio de un vuelo tranquilo, mientras montas bicicleta por Madrid o te embriagas en un pontón en el mar.

Pero mi protesta no va dirigida hacia todas las maravillas que uno experimenta cuando viaja, ni quiero desconocer por un solo segundo las grandes enseñanzas que puede obtener el desplazarse a nuevos lugares y culturas. Mi reclamo se basa en que jamás en mi vida he podido conocer el amor en un viaje, en que no he podido ser Julia Roberts en Comer, Rezar y Amar o Bill Murray en Perdidos en Tokio. ¿Por qué jamás a mi lado, en la silla de un avión, se ha podido sentar una mujer que está confundida sobre si casarse o no con su novio millonario citadino y, luego de conocerme y escucharme hablar tan pueblerinamente, descubre en cuestión de segundos que su verdadero amor es un chico nacido a las orillas de un río potente y hermoso como el Magdalena?

Siempre tomo vuelos tan aburridos. Es como si la gente que se montara en ellos estuviera programada solo para fastidiar en la entrada y la salida. Ni siquiera en la sala de espera ha pasado nada. A nadie se le ha caído el pasaporte para poder recogerlo y decir “ten cuidado, que sin esto no puedes viajar” y que cuando se lo entregue, mis manos toquen las suyas y ella me mire fijamente mientras recibe su documento y diga: “gracias, ahora podré viajar, gracias a ti y contigo”.

¿Por qué, mientras todos corrían y yo caminaba bajo la lluvia en la antigua Roma, no me topé con una chica que también estuviera disfrutando del momento? Me hubiera sonreído y yo a ella, y luego le hubiera dicho: “no sé por qué la gente cree que nos vamos a derretir si nos cae agua”. Y ella me hubiera contestado con una sonrisa: “pues tal vez porque en el fondo piensan que no son tan reales que temen desvanecerse con nada”. Y luego, juntos, nos hubiéramos ido caminando por el resto de la noche hasta que llegamos a la puerta donde se hospedaba y me hubiera dicho: “Solo hasta mi última noche en Roma pude comprobar lo que decían de esta ciudad”. Y yo, con cara de estúpido y con los ojos brillantes, le hubiera preguntado: “¿qué es lo que dicen? ¿Que huele a orines?” Y ella, riendo, me dijera: “eso no, me refiero a que dicen que Roma es mágica. No me lo pareció sino hasta que la caminé contigo”. Y luego nos besamos, y me invitaba a su cuarto, y en la mañana, después de despedirnos, ella toma un taxi hacia el aeropuerto y yo voy caminando hacia mi hotel con una sensación de nostalgia insoportable. Comienzo a desesperarme, el aire me hace falta, siento que esa mujer es la mujer de mi vida, que sería un estúpido si la dejo escapar, caigo en cuenta de que jamás le pedí su número, que no tendré su contacto. Entonces entro en desesperación y trato de tomar un taxi, pero todos están ocupados. Se me nota la urgencia y un italiano que venía en una Vespa se acerca y me pregunta qué pasa. Yo le digo: “he conocido el amor de mi vida y simplemente le dije adiós mientras se subía a un taxi”. Y él me contesta: “stupido ragazzo, monta una moto, ti porto a riprenderla”. Y entonces emprendemos un viaje en su moto con toda urgencia hacia el aeropuerto y, en medio del camino, pasamos por un mercado local para tomar un atajo. El dueño de una floristería pregunta, gritando: “perché tanta fretta?” Y el italiano de la Vespa responde: “perché è innamorato”. Entonces, el de la floristería me lanza un ramo de girasoles y me grita: “provaci, ragazzo, provaci”, mientras agita la mano mostrando su apoyo.

Yo logro llegar al aeropuerto, busco los vuelos con destino a México, visito todas las salas, pero no la encuentro. La tristeza me embarga. El desconsuelo me pesa tanto que siento que me voy a derrumbar. Desilusionado y triste, encuentro regocijo en mi nuevo amigo italiano de la Vespa. Él me abraza fuertemente y me dice: “Mi dispiace”.

La única alternativa que se nos ocurre es regresar al hotel donde se hospedó, preguntar por sus datos y así intentar contactarla. Entonces emprendemos la vuelta, a toda marcha, por medio de todos los carros y las personas. Llegamos al hotel, y mi nuevo amigo italiano de la Vespa me ayuda a preguntar por el amor de mi vida. Pero los del hotel se niegan a brindarnos información, dicen que por políticas de seguridad no pueden dar datos personales. Mi nuevo amigo italiano de la Vespa enfurece: “è nel nome dell’amore”, grita, mientras agarra del cuello a uno de los recepcionistas. Los de seguridad llegan y nos sacan a patadas del hotel.

Yo me siento en el corredor, me tomo la cabeza con las dos manos. Comienzo a recordarla y siento que la he perdido para siempre. Mi nuevo amigo italiano de la Vespa no sabe cómo consolarme, y entonces dice que irá por unas Peroni. Yo le digo que lo espero, y mientras eso pasa, comienza a llover nuevamente. Yo meto las manos en los bolsillos y encuentro un porta vasos untado de vino del lugar a donde fuimos la noche anterior, que guardé como recuerdo. Me estremezco y cuando estoy a punto de llorar, ella aparece enfrente de mí, con su maleta y mojada, y me dice: “creíste que iba a irme así no más, eres de los que no se derriten con la lluvia. De esos no se encuentran tan fácil”. Nos abrazamos. Nos besamos, y mi nuevo amigo italiano de la Vespa llega con cervezas y celebramos juntos.

Luego, enamorados, decidimos devolvernos a vivir a Colombia, pero nuestro presidente es Petro :(.

Comentarios

  1. Fascinada con tu historia, cómo puedo conmoverme y reír al mismo tiempo? Lo tuyo es un don, me encanta!

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