Caía la noche y el calor comenzaba a disminuir un poco, aunque las gotas de sudor en los asistentes no desaparecían. Eran incesantes y no daban tregua al descanso. Recorrían los rostros confundiéndose con las lágrimas y aunque algunas quemaban, porque eran calientes como el ambiente, cuando bajaba la temperatura también lograban refrescar, sobre todo las que se caían por la espalda y las que se precipitaban entre las piernas. Olía a incienso, y a flores muertas. Olía a tristeza y a monotonía. El aire era denso y lento, no corría, parecía estancarse en algún lugar y después salir de repente con pequeñas expresiones que no alcanzaban ni siquiera para mover las hojas de los árboles. Allí no pasaba nada más. Desde hace tres años las únicas noticias que se escuchaban eran de muertes, lo único que se hacía era asistir a funerales, despedir a los muertos y luego beber. El padre había perdido la cuenta de cuántos entierros había oficiado y temía que él fuera el próximo y que nadie...
Este espacio es dedicado a todas estas historias que alguna vez vivimos y pensamos en en escribir, pero que luego olvidamos hacerlo. Es una oda a mi infancia, mi vida en Honda, mi paso por el colegio y mis más añorados recuerdos.